lunes, 6 de octubre de 2025

EL DESEO

 


capítulo 1: el desmadre del tercer aniversario**

era el tercer aniversario de diego y sofía, una pareja de cabrones que llevaban juntos desde la prepa. pero en lugar de estar cogiendo como conejos para celebrar, estaban en un restaurante de mala muerte discutiendo como perros. diego, un vato de 1.80, flaco pero con algo de músculo de gimnasio barato, estaba encabronado porque sofía no entendía la presión de su trabajo de mierda en una bodega. “¡no chingues, sofía, estoy hasta los huevos de cargar cajas para ganar una pinche miseria y tú nomás te quejas de tus putos exámenes y de que no estas en un restaurante caro, no entiendes no me alcanza para llevarte a un lugar mas caro que este!”  gruñó, apretando la lata de cerveza hasta casi reventarla.

sofía, una morra de 1.60 con unas tetas redondas pero caidas que siempre llamaban la atención y un culo que hacía girar cabezas pero con pancita por que se veia gorda, le respondió con veneno. “¡y tú qué, cabrón! ¿crees que estar estudiando enfermería es fácil? ¡me paso las putas noches sin dormir mientras tú nomás llegas a rascarte los huevos!” sus ojos cafés echaban chispas, y su cabello largo y negro se agitaba mientras gesticulaba con furia.

los dos se miraron con un odio mezclado con deseo, porque aunque estaban encabronados, la química seguía ahí. en un momento de pura rabia, ambos pensaron lo mismo al pinche tiempo: “ojalá pudiera ser ella/él por un rato para entender qué chingados siente”. pero no pasó ni madres. solo se lanzaron unas miradas de “vete a la verga” y cada quien se largó para su casa. diego caminó pateando latas en la calle, sintiendo su verga medio dura por la bronca y el deseo frustrado. sofía se fue en camión, cruzada de brazos, con los pezones duros bajo el brasier por la mezcla de coraje y ganas reprimidas.

los siguientes dos días fueron raros, pero ninguno le dio mucha bola al principio. diego se levantó el primer día y notó algo extraño al mirarse en el espejo del baño mugroso de su depa. sus pezones, normalmente pequeños y casi invisibles bajo el vello del pecho, estaban hinchados, más grandes, como si fueran putos botones. bajó la mirada y vio que su verga y sus huevos parecían más chicos, encogidos. “pinche frío de mierda,” pensó, rascándose la cabeza, aunque algo en su interior le decía que no era normal. se puso una playera vieja y se fue a trabajar, ignorando la sensación rara en su pecho.

sofía, por otro lado, sintió algo cabrón al despertar. estaba en su cuartito desordenado, rodeada de libros de anatomía, cuando al lavarse la cara notó una punzada abajo. se tocó por encima del pijama y sintió su clítoris duro como piedra, más largo de lo normal, rozando contra la tela. “¿qué pedo?” murmuró, bajándose los calzones para verse. ahí estaba, sobresaliendo más de lo que recordaba. también notó que sus tetas, normalmente llenas y pesadas, parecían menos voluminosas bajo la playera. “será el estrés,” pensó, aunque una inquietud le apretó el estómago.

ese día se vieron en la escuela donde sofía estudiaba. se reconciliaron a medias, con un abrazo incómodo y unas disculpas tibias. “te extrañé, pinche idiota,” dijo ella, medio sonriendo. “yo también, culera, malcogida” respondió él, sintiendo otra vez esa punzada rara en el pecho. pero no hablaron de lo que sentían en sus cuerpos. cada quien se fue para su casa después, fingiendo que todo estaba chido.

esa noche, la mierda se puso real. diego llegó a su depa agotado, con una molestia constante en el pecho que ya no podía ignorar. llamó a sofía por videollamada. “morra, algo me está jodiendo en el pecho, ven para acá, por favor” dijo con voz temblorosa. ella llegó rápido, preocupada, y cuando entró lo encontró sentado en el sillón viejo, con cara de confusión. “quítate la playera, quiero ver qué pedo, tienes seguro es muscular” ordenó sofía. él obedeció, y cuando la tela raída salió, ambos se quedaron con la boca abierta. en el pecho de diego habían crecido dos tetas, no tan grandes como las de ella, pero redondas y definidas, firmes como para no usar sosten, como si fueran putas frutas a medio madurar. los pezones estaban duros por el aire frío, y él sintió un cosquilleo cachondo pero extraño al sentirlos expuestos.

“¿qué carajos...?” balbuceó sofía, y sin pensarlo mucho se quitó su propia blusa. bajo el brasier negro que usaba no había nada. sus tetas, esas curvas orgullosas aun que caidas que siempre presumía, habían desaparecido; su pecho era plano como tabla, con pezones apenas visibles. “esto no puede ser real,” susurró diego, mientras ambos se miraban con una mezcla de miedo y fascinación morbosa.

se desnudaron por completo, dejando caer los pantalones y los calzones al suelo desordenado. lo que vieron fue una pinche locura. el cabello de diego creció frente a sus ojos, cayendo en mechones largos sobre sus hombros mientras sentía un dolor agudo en la entrepierna. sus huevos comenzaron a retraerse, como si algo dentro de él los jalara hacia arriba. “¡chingadamadre esto duele un chingomadral!” gritó, tocándose desesperado mientras sentía cómo se metían dentro de una abertura nueva que se formaba entre sus piernas. su verga, ya más pequeña desde hace días, se encogió aún más, convirtiéndose en algo parecido a un clítoris mientras su uretra parecía dividirse, metiéndose en esa nueva vagina húmeda y caliente que ahora tenía. el dolor era cabrón, pero también había una sensación rara, casi placentera, como si su cuerpo estuviera descubriendo algo nuevo. sus caderas se ensancharon, crujiendo audiblemente, y sus tetas terminaron de formarse, redondas y pesadas. cuando miró hacia abajo, ya no era el vato alto de 1.80; ahora medía 1.60, frágil y no tan curvilineo como su novia, si caderas anchas pero no tanto, trasero redondo pero chiquito, piernas mas largas y delgadas, el vientre plano y delgado junto con una mini cinturita y tetas que sobresalian de un pecho huesudo, parecia una modelo flaca y tetona.

mientras tanto, sofía lo observaba con ojos desorbitados porque su propio cuerpo estaba cambiando igual de rápido. sentía cómo el vello le crecía por todo: brazos, piernas, hasta un puto bigote oscuro empezaba a asomarse sobre su labio. su clítoris, ya endurecido desde hace días, seguía creciendo hasta convertirse en una verga gruesa, más grande incluso que la que diego solía tener. sentía cada centímetro expandirse con un dolor ardiente mezclado con una erección incontrolable, un dolor profundo sintio cuando sus ovarios se cayeron por su vagina y se envolvieron en sus labios creando un escroto. su cuerpo entero parecía estirarse; ahora medía 1.80, alta y musculosa, mirando hacia abajo a quien alguna vez fue su novio.

ambos terminaron jadeando después del cambio doloroso, mirándose fijamente en medio del cuartucho mal iluminado. no había palabras para describir la mezcla de horror y curiosidad cachonda que sentían. sus cuerpos eran ahora los del otro, y aunque todo era un desmadre total, había algo en ese intercambio que los ponía calientes como nunca antes.




**capítulo 2: el revolcón del intercambio**


la primera impresión de diego y sofía después de ver sus cuerpos cambiados fue puro pinche pánico. diego, atrapado en el cuerpo curvilíneo de sofía, sentía su corazón latir como cabrón mientras se miraba en el espejo roto del depa. “¡qué chingados hicimos!” gritó con una voz aguda que no reconocía, tocándose las tetas redondas que ahora tenía. sofía, en el cuerpo alto y musculoso de diego, se agarraba la verga nueva con una mezcla de asombro y cachondez, pero también de miedo. “esto no puede estar pasando, cabrón,” gruñó con una voz grave que le sonaba como si viniera de otro vato.


de pronto, diego levantó las manos pa’ hacer señas, con las uñas largas de sofía temblando. “a lo mejor si corremos uno hacia el otro, como en las putas películas, regresamos a la normalidad,” dijo, desesperado. sofía asintió, aunque no muy convencida, y ambos se echaron a correr por el cuartucho. pero en lugar de algún pedo mágico, terminaron dándose un putazo de frente. la rodilla de diego (en el cuerpo de sofía) se estampó directo en los huevos recién adquiridos de sofía (en el cuerpo de diego). ella se retorció de dolor en el suelo, agarrándose la entrepierna mientras soltaba un grito ronco. “¡hijo de tu puta madre, eso duele más que cualquier mierda!” rugió, con lágrimas en los ojos.


tras unos segundos de jadear como perros, sofía levantó la vista, todavía adolorida. “¿y si esto pasó por el enojo? a lo mejor si hacemos el amor con cariño, como cuando estábamos bien, regresamos,” propuso, su voz grave cargada de una mezcla rara de esperanza y lujuria. diego se quedó pasmado, mirándola con ojos abiertos como platos. “¿qué pedo contigo? ¿crees que quiero tener un pito dentro de mí? ¡soy un puto hombre!” exclamó, aunque su voz aguda y su cuerpo femenino decían todo lo contrario.


sofía se acercó, con una sonrisa culera en la cara. “pues mírate en el espejo, pendejo. esas tetas redondas y firmes no son como las mías que estaban medio colgadas. y esa vagina húmeda y mojada que tienes ahí abajo grita que ya no eres un puto hombre.” se señaló a sí misma, flexionando los músculos nuevos y tocándose la verga gruesa que ahora tenía. “mira, cada quien tiene el cuerpo que el otro deseó. yo me veo bien pinche musculoso y con un pito más grande que el tuyo. y tú estás delgadísima, sin tetas caídas. creo que esta es la única solución, cabrón.”


diego no podía creer la mierda que estaba escuchando, pero algo dentro de su cabeza, tal vez esa nueva sensibilidad femenina o pura desesperación, le decía que a lo mejor tenía razón. suspiró hondo, sintiendo cómo sus pezones se endurecían solo de pensarlo. “pinche sea,” murmuró, caminando hacia la cama desordenada con pasos inseguros, sus caderas anchas moviéndose de forma instintiva. se acostó boca arriba, intentando abrir las piernas aunque se sentía vulnerable como la chingada.



sofía no lo pensó ni dos veces. con una mirada de puro deseo animal, se acercó y le abrió más las piernas a diego, dejando que sus manos grandes y ásperas exploraran ese cuerpo nuevo. con una mano apretó una teta firme, sintiendo cómo el pezón se ponía duro bajo su palma, y con la otra agarró su verga palpitante, gruesa y lista pa’ la acción. sin más pedos, apuntó y la metió toda de un solo empujón. el placer que sintió fue como un pinche relámpago. la humedad caliente y apretada de la vagina nueva de diego envolvió su pito como si fuera un guante perfecto hecho pa’ él. “¡no mames, qué rico se siente esto!” gruñó sofía, moviendo las caderas instintivamente mientras sentía cada rincón resbaloso apretarlo más. era como follar por primera vez, pero mejor, porque sabía exactamente cómo se sentía el otro lado.


para diego, la sensación fue un desmadre total de dolor y placer mezclados. cuando esa verga enorme entró en él, sintió como si lo partieran en dos desde adentro. dolía más que cualquier puto golpe en los huevos que hubiera sentido antes como hombre, pero al mismo tiempo era excitante como nada que hubiera experimentado. cada embestida era una mezcla de ardor y éxtasis; su nueva vagina estaba tan sensible que podía sentir cada vena del pito de sofía rozando sus paredes internas, con cada embestida sentia como liquido fluia y salia acumulandose y goteando por su culo. “¡hijo de puta, me estás rompiendo, con mas cuidado!” jadeó, pero no podía parar de gemir. se venía una y otra vez sin control, orgasmos múltiples que hacían temblar sus piernas delgadas y torneadas. cada vez que llegaba al clímax, sentía un chorro caliente llenar su interior y luego salir de su vagina nueva; se estaba orinando de puro placer, el líquido tibio corriendo por sus muslos mientras su cuerpo convulsionaba.

los pezones en su pecho eran otro pedo. estaban tan duros y sensibles que era como tener dos vergas pequeñas erectas pegadas al torso. cada vez que sofía los pellizcaba o los chupaba entre embestidas, diego sentía descargas eléctricas directo a su entrepierna. su respiración se entrecortaba tanto que a ratos pensaba que se iba a desmayar; no podía jalar aire bien entre tanto gemido y jadeo.

y entonces lo sintió: mas liquido caliente pero esta vez llenándolo por completo desde adentro sentia la presion de que habia sido demasiado liquido, siempre soño con eyacular un vaso entero cuando era hombre, pero sentir a su novia eyaculandole esa cantidad de semen era asqueroso . “¡no mames, te viniste dentro de mí, sofía!” gritó diego, con voz aguda llena de pánico pero también de un placer culposo. podía sentir el semen cálido inundando su vagina nueva, goteando fuera mientras su cuerpo seguía temblando por los orgasmos residuales. sofía solo soltó una risa grave, jadeando mientras se retiraba lentamente, dejando un rastro pegajoso entre los muslos de diego. “pues qué querías, cabrón. este pito no sabe controlarse,” dijo con una sonrisa pervertida.





**capítulo 3: el desmadre de las tareas cambiadas**


después de pasar toda la pinche noche platicando y tratando de entender qué carajos pasó con sus cuerpos, diego y sofía llegaron a una conclusión de mierda: por lo menos al día siguiente, cada uno tenía que hacer las putas tareas del otro pa’ no levantar sospechas. diego, atrapado en el cuerpo curvilíneo de sofía, se sentó en el sillón con las piernas cruzadas, sintiendo aún el pegajoso de la cogida anterior. le dijo a sofía, con voz aguda pero encabronada: “mira, cabrona, vas a pararte a las 3 de la puta mañana. recuerda que te vas en bici y le pones doble cadena en el trabajo o te chingan las llantas. llegas y te cambias con estas sudaderas de mierda, ponte tres aunque sientas calor pa’ que aguantes los costales. te avientan dos de 50 kilos por pinche vez, así que no te hagas pendeja. los acomodas fuera del camión, luego a mover las cajas al frente, todo antes de las 5:30 am porque a esa hora empieza la venta. mueve lo que te digan, terminas guardando todo a las 11 y te vas en chinga al otro trabajo. ahí tienes que coquetearle a las vendedoras o no te asignan ni madres. y tranquila, si te agarran, déjate, porque si no, no te dan chance de trabajar.”


sofía, en el cuerpo musculoso de diego, se quedó con cara de pendeja, parpadeando como si le hubieran hablado en chino. pero no había de otra, tenía que entrarle al desmadre.


al día siguiente, sofía se levantó a las 3 de la puta mañana, con el cuerpo adolorido pero con una fuerza que nunca había sentido como mujer. se montó en la bici vieja de diego, pedaleando con huevos pa’ llegar a la bodega. el aire frío le pegaba en la cara, pero esos músculos nuevos la hacían sentirse como un cabrón invencible. al llegar, se puso las sudaderas apestosas que olían a sudor rancio, pero ni madres, había que jalar. cuando le aventaron los costales de 50 kilos, casi se va de culo, pero algo dentro de ella rugió: cargó esa mierda como si fuera un toro, sintiendo los biceps hincharse y el pecho bombear adrenalina. “pinche madre, qué chingón se siente ser tan fuerte,” pensó mientras acomodaba cajas pesadas como si fueran almohadas. no tenía que estudiar ni un carajo, y ese trabajo manual la llenaba de una manera que no entendía. se sentía poderosa, dueña del puto mundo.



a las 11, terminó el primer jale y se fue volada al segundo trabajo, un mercado de mierda donde vendían fruta y verdura. ahí, como diego le había dicho, tuvo que coquetear con las vendedoras pa’ que le asignaran algo. con una sonrisa culera y un guiño, les soltó un “¿qué pasa, mamacitas? ¿me dan chance o qué?” las morras, unas tipas curtidas pero con hambre en la mirada, se rieron y empezaron a tocarle los músculos del brazo, sintiendo esos biceps duros como piedra. una hasta le pasó la mano por el pecho, bajando peligrosamente cerca del paquete. sofía sintió cómo su pito nuevo se ponía duro como verga bajo los pantalones; era una sensación cabrona, como si todo su cuerpo gritara por coger. nunca, ni en sus mejores días como mujer, se había sentido tan deseada.


la cosa se salió de control rápido. dos de las vendedoras, unas morras tetonas con faldas cortas que dejaban ver más de lo necesario, lo arrinconaron detrás de unas cajas. “hasta que por fin nos coges como debes, dieguito,” dijo una, mientras la otra le sobaba el paquete sin pudor. “dos años te rehusaste por tener novia, ni cuando ella te trató como mierda hace dos días. ¿qué pedo, ya terminaron o por qué quisiste cogernos?” preguntaron con risas pervertidas. sofía, sin saber qué carajos decir, soltó un “se me antojó” bien pendejo y se dejó llevar. las dos le bajaron los pantalones ahí mismo, en un rincón mugroso del mercado, y empezaron a chupársela como si fuera un puto banquete. sofía sintió esa verga enorme ser devorada, la lengua caliente de una morra rodeándola mientras la otra le masajeaba los huevos. no pudo aguantar mucho; embistió a una contra una pared mientras la otra miraba, turnándoselas pa’ darles verga hasta que gritaron. fue rápido, sucio y cabrón; cuando terminó, con las piernas temblando y el pito goteando, sintió una mezcla de poder y culpa que no podía explicar.



se fue pa’ casa después, con el olor a sexo pegado en la piel. sabía que había traicionado a diego, usando su cuerpo pa’ coger a esas dos putas baratas, pero no podía evitar sentirse vivo como nunca. ser hombre, tener esa fuerza bruta y ese deseo animal que su verga demandaba cada segundo, era un pedo que no había sentido como mujer. aun así, la culpa le pesaba más que cualquier costal de 50 kilos. “¿qué chingados hice?” murmuró mientras abría la puerta del depa, sabiendo que tarde o temprano iba a tener que enfrentar a diego.


**capítulo 4: el día de desmadre en el hospital**


esa noche, después de la plática interminable sobre cómo sobrevivir al puto intercambio de cuerpos, sofía, atrapada en el cuerpo musculoso de diego, se sentó con una birra en la mano y le soltó el itinerario a diego, que estaba en su cuerpo curvilíneo de 1.60. “mira, pinche culona, recuerda que te tienes que parar a las 7 am pa’ bañarte y peinarte. te estiras todo el cabello y te haces un chongo bien apretado. a las 9 am tienes clase, vas con el uniforme de enfermera, pero ponte una tanga, ¿me oyes? si usas calzones de abuela se ven a través de la tela y quedas como pendeja. sales a la 1 pm, corres frente a la escuela pa’ cambiarte al uniforme verde quirúrgico y te metes a la operación que esté en el pizarrón. ahí ponte boxers, porque el quirófano está helado y si usas tanga los labios se te pegan al hilo y duele como la chingada. acuérdate de ir al baño antes, no puedes salir en plena operación. terminan como a las 4 pm, tienes 30 minutos pa’ comer y otros 30 pa’ vestirte y maquillarte. te pones los tacones, la faldita negra, la blusa azul y la bata de doctora. luego te vas al piso 4 a recibir pacientes. cualquiera que diga que le duele, le das paracetamol; infecciones o diarrea, desparasitante, y citas en 3 días pa’ que yo les recete antibióticos. sales corriendo a las 7 pm pa’ llegar y prepararme la cena como siempre querías que hiciera, y te quiero guapa, ¿entendiste?”

diego, con sus nuevas tetas sintiéndose extrañas bajo la playera, se quedó con cara de “qué pedo”. “espera, ¿no eran estudios pa’ enfermería? ¿por qué carajos voy al quirófano o a recetar pacientes?” preguntó, confundido como la mierda. sofía soltó una risita culera. “amor, te he mentido. estudio pa’ doctora, no pa’ enfermera. ahora muévete, cabrona.”

a la mañana siguiente, diego se levantó a las 7 am y pensó que era el puto paraíso comparado con levantarse a las 3 pa’ cargar costales. no entendía por qué carajos tenía que pararse tan temprano si entraba tarde, pero ni pedo. a las 7:15 ya estaba bañado, con el cabello estirado en un chongo que parecía que le iba a arrancar el cuero cabelludo, y usando una tanga que le hacía sentir el culo expuesto pero cachondo. se miró al espejo y se quedó pendejo: su novia nunca había sido tan flaca, había pasado de gordibuena a una pinche modelo de 1.60 con curvas de infarto. se puso el uniforme de enfermera como le dijo sofía y llegó a clase. todo le parecía fácil, como si su cerebro de vato rudo se riera de las notas de anatomía. no sentía ni un carajo de cansancio, estaba fresco como lechuga.

salió a la 1 pm, comió un chocolate de mierda mientras se cambiaba de edificio, sintiendo el estómago lleno con nada porque ese cuerpo no aguantaba ni madres. se puso el uniforme verde quirúrgico y fue al pizarrón. era el primero en llegar, no entendía por qué no había nadie más. un doctor, un cabrón cuarentón con mirada de pervertido, se acercó y le dijo: “doctora, ¿qué tal si viene a mi cirugía cardíaca?” mientras le agarraba el culo sin pudor. diego sintió una mezcla de asco y calor húmedo entre las piernas; se sintió deseado de una forma que nunca imaginó como hombre. “sí, claro,” respondió, con voz aguda y una sonrisa nerviosa.



lo llevaron al quirófano, pero en lugar de ponerlo atrás pa’ observar, lo pusieron a operar como si fuera la puta ama del bisturí. diego, que había sido carnicero antes que cargador, no titubeó cuando le pidieron abrir las costillas. lo hizo como si estuviera cortando una res, aunque le costó un huevo por la falta de fuerza en esos brazos delgados. “doctora, qué técnica tan poco ortodoxa pa’ abrir costillas,” dijo el doctor, impresionado. diego, nervioso, soltó: “es que la sierra se calienta y evitará que… sepa bien, digo, que cicatrice bien. mejor romper y luego unir.” el doctor asintió como si hubiera descubierto oro. “bien, entonces cauterice el aneurisma y cierre.” diego vio un cautín de mierda, lo agarró y, recordando sus días de carnicería, cerró los vasos pa’ evitar que la vena reventara. quemó todo lo que pudo y puso puntos con seda pa’ reforzar. el doctor flipó; terminaron una cirugía de 3 horas en 20 pinches minutos.


el frío del quirófano empezó a calar hondo. diego se había olvidado de ponerse boxers como sofía le dijo, y sentía cómo los labios de su nueva vagina se apretaban contra la tanga, pegándose al hilo dental con un dolor que era rico pero cabrón, como un pellizco perverso. salió con el doctor tras coser unas puntadas feas pero funcionales dentro del paciente. “no me atrevo con la piel,” admitió, porque coser algo tan delicado no era lo suyo. fueron por un café después, y el doctor, poniendo una mano en su pierna, le dijo: “doctora, quiero usar sus avances. nunca había visto cortes así. ese paciente iba a morir hoy y usted lo salvó en tiempo récord.” algo dentro de diego se prendió; terminaron yéndose a una bodega del hospital pa’ cogerse como animales.


fue un revolcón brutal. sentir esa verga dura dentro de su nueva vagina fue distinto al sexo con sofía la noche anterior. esta vez no sintió que se partía por la mitad; era un placer puro, resbaloso, caliente, mientras el doctor embestía contra unas cajas polvosas. cuando se vino dentro, diego sintió un chorro caliente llenándolo todo, mejor que cualquier pedo que hubiera sentido en su cuerpo de hombre. “pinche madre,” jadeó, temblando de puro gozo.



se dio un baño rápido en un lavabo mugroso, se puso otra tanga limpia, la faldita negra, la blusa azul y la bata de doctora. era su primera vez con tacones, unos cabrones de 12 cm que sabía sofía había elegido a propósito pa’ joderlo, cuando él siempre la veía usar unos de 4 o 5 cm. llegó cojeando al piso 4, se sentó y recetó paracetamol a todo cabrón que llegaba quejándose de dolor. a los que veía más jodidos les dio drogas más fuertes pa’ calmarlos. los pacientes estaban tan agradecidos que pronto tuvo una fila de hijos de puta esperando. los despachó rápido y terminó su turno.


no se cambió; el doctor le dio aventón hasta casa y le soltó: “si no le cuentas a tu novio, podemos repetir esto.” algo dentro de diego lo hizo apretarle el pito al cabrón por encima del pantalón, como cuando apretaba una teta siendo hombre. lo besó con hambre. “se me antoja, llegaré temprano otra vez,” dijo con una sonrisa culera. ese día había sido una pinche maravilla. dentro de casa, se bajó la falda, se puso una lencería de encaje que sofía nunca quería usar, volvió a ponerse la faldita y la blusa, y empezó a cocinar como buena perra sumisa. justo entonces llegó sofía en su cuerpo, con cara de pocos amigos tras su propio día de desmadre.


**capítulo 5: el choque de realidades**


sofía, en el cuerpo de diego, llegó al depa hecha una mierda, sudando como cerdo y apestando a puro esfuerzo de cargar costales y cajas todo el puto día. ni siquiera saludó, se metió directo al baño pa’ darse una ducha. descubrió que bañarse como hombre era un pedo rapidísimo: jabón en las axilas, un enjuague al pito y los huevos, y listo en cinco minutos. salió todavía goteando, con unos boxers pegados al cuerpo mojado, sin secarse ni madres, y se sentó en la silla de la cocina como si fuera el rey del castillo. la cena ya estaba servida, olor a carne asada y tortillas calientes llenando el aire, gracias a diego en su cuerpo.

la cena ya estaba servida por diego, que andaba en su cuerpo curvilíneo con una faldita de puta y una blusa ajustada. sofía lo miró de reojo y no pudo evitar sentir una pinche quemazón en el pecho. ¿cómo carajos un cargador de mierda iba a ser mejor doctora que ella, que se desvelaba como cabrona pa’ ser la mejor?

con una mirada de pura arrogancia, sofía le soltó: “y bien, ¿viste lo pinche horrible que es mi vida a diario? ¿cómo sufriste en el hospital y en las clases, cabrona?” su voz grave resonaba mientras se rascaba los huevos sin pudor, sintiéndose poderoso en ese cuerpo musculoso.


diego, en el cuerpo de sofía, vestido con esa faldita negra ajustada y una blusa que marcaba sus nuevas tetas, dudó un segundo antes de responder. con un tono suave pero cargado de sarcasmo, dijo: “la verdad, fue fácil para mí. en las clases, parecía que era la única que sabía todo. hice una pinche operación a corazón abierto, el cirujano incluso va a escribir mis procedimientos para un ensayo y me invitó mañana a otra operación. tuve estadísticas altísimas en atención de pacientes y hasta me dio tiempo para vestirme como tú debiste hacerlo siempre, guapa y arregladita, y prepararte la cena. ¿y cómo estuvo tu día?”

sofia no contesto, de hecho pregunto “¿y bien, cuánto sacaste en el examen de partes del cuerpo?” soltó sofía en tono casual, aunque por dentro estaba que hervía. diego, acomodándose las tetas con una mano como si fueran putas almohadas, respondió con una sonrisita de mierda. “saqué un 96, fui la más alta. ¿y tú, cuántos camiones te bajaste, pinche cavernícola?” esa respuesta fue como un putazo directo al ego de sofía. se levantó de un brinco, con los ojos echando chispas, y con sus manos callosas y ásperas agarró a diego de la barbilla, apretando fuerte pa’ que sintiera quién mandaba.

“escúchame bien, perrita pendeja,” gruñó sofía, su voz grave retumbando en el cuartucho. “nadie obtiene una cirugía cardiotorácica así nomás sin dar nada a cambio. ¿a quién te cogiste, eh? ¿qué hijo de puta te abrió las piernas pa’ darte ese chance?” diego, con los ojos rojos y casi llorando por el dolor del agarre en su barbilla delicada, se soltó con un jalón y le respondió con fuego. “¡no me cogí a nadie, cabrona! solo llegué temprano y corté como mecánico, no como doctor. ¿y tú crees que me voy a tragar que te tocaron y las alejaste? ¿crees que no olí el puto perfume de la perra de martha en tu ropa y el maldito olor a panocha en tu piel? yo nunca te engañé, y apenas pasan dos minutos y te coges a la primera gorda fácil que se te cruza en el camino.”

sofía se quedó con cara de pendeja un momento, pero luego soltó una risa seca. “pues mi dia fue muy tranquilo, nomás cargar y cargar y cargar. tu vida es un intento patético de infierno, pero con este cuerpo me sentí poderoso como la verga. le tiré piropos a las vendedoras en el mercado y me pusieron al frente del puesto. me gané 2000 de propinas, cabrón. deberías aprender, nunca traes ese dinero a casa.” se cruzó de brazos, mostrando esos biceps hinchados, claramente orgullosa de su día, y si me cogi a unas morras que, para eso soy hombre.

sofía apretó los puños, la rabia mezclada con una culpa culera quemándole las tripas. dio un paso más cerca, mirando a diego con puro desprecio. “pues si tanto te gusta ser mujer, diego, te voy a hacer la mujer que tú querías ser,” siseó, dejando claro que esto no era un juego. la tensión en el aire era más gruesa que una verga de burro, y ambos sabían que esto iba a terminar mal.




**capítulo 6: el desmadre de las vidas cruzadas**


después de cenar, la tensión en el depa estaba más densa que el aire de un pinche gimnasio. sofía, en el cuerpo de diego, todavía mojada y en boxers, se acercó a diego nuevamente, que estaba en su cuerpo con esa faldita negra y lencería fina. sin mediar palabra, sofía le bajó la falda de un tirón pa’ verle el culo. “¿lo ves, diego? ¿lo incómodo que es esa pinche lencería?” gruñó con esa voz grave, esperando una queja.


pero diego, con una sonrisa culera, se giró para mirarla. “la neta, no. es bastante comoda para este cuerpo carajo y sostiene estas chichotas pesadas. no sé de qué chingados te quejas,” dijo, sacando pecho para presumir las tetas redondas que ahora tenía. eso encabronó a sofía más que un pedo en el metro. con sus manos ásperas y callosas, agarró las caderas nuevas de diego, lo dio vuelta como si fuera un puto trapo y lo estampó contra la mesa. de un jalonazo, le arrancó la tanga como si fuera un pinche calzón chino, haciendo que el hilo se le encajara en el clítoris. diego soltó un grito, porque esa mierda dolió como si le hubieran aplastado algo vivo.


sin aviso ni lubricación ni nada, sofía le metió el pito hasta el fondo. pa’ diego fue como si lo partieran en dos, pero peor que ayer; no solo sentía que su cuerpo se rompía, sino que cada embestida ardía como si le echaran alcohol a una herida abierta. las lágrimas le salían a chorros mientras jadeaba y maldecía. “pues si tanto te gusta esta pinche vida, quédate con ella,” escupió sofía con puro odio, retirándose y subiéndose los pantalones como si nada. luego, pa’ rematar, tomó su bolsa, intentó darle un putazo en la cara a diego, pero como ese cuerpo nuevo no tenía fuerza, la mano le dolió más a ella. frustrada, le soltó una cachetada que resonó en el cuartucho. “no me vas a volver a tocar, hijo de puta. yo nunca te la metí con odio, siempre dejé el trabajo afuera. hoy te mostré que puedo ser esa mujer que siempre te pedí que fueras, pero tú no llegas ni a la mitad del hombre que era yo.”


diego, con la cara ardiendo por la bofetada y el cuerpo todavía temblando por la cogida violenta, se levantó tambaleándose. los tacones resonaban contra el piso barato mientras salía del depa, marcándole al doctor ese con el que había estado coqueteando. “¿puedes pasar por mí? no quiero estar aquí,” suplicó con voz quebrada. mientras tanto, sofía se quedó sola en el depa, pero no por mucho. las dos dueñas del mercado, unas morras curtidas y hambrientas de verga, llegaron buscando más acción. no hubo ni tiempo pa’ pensar; se pasaron toda la puta noche follando como animales. sofía las embistió una tras otra hasta que el sol salió, sin dormir ni madres, y luego tuvo que irse directo al trabajo con el cuerpo adolorido pero satisfecho.


por otro lado, diego le contó todo al doctor mientras iban rumbo a su casa. el cabrón, con una sonrisa de hijo de puta, le ofreció un trato: “quédate conmigo, empieza una vida nueva. yo te cuido.” diego, harto de sentirse usado y roto, aceptó sin dudar un segundo. no quería volver a pasar por esa mierda. durante el siguiente mes, su rutina fue la misma: ir a las clases de sofía, meterse al quirófano y atender pacientes. estudió como cabrón y recetaba como una profesional de verdad; hasta terminaba cirugías de horas en minutos, tratándolas como si fueran cortes de carne en su vieja vida de carnicero. eso sí, las suturas eran una mierda, pero con el jefe de cardiología como novio, ¿pa’ qué preocuparse? en dos semanas tenía un guardarropa de lujo y joyas hasta por el culo.


mientras tanto, sofía, en el cuerpo de diego, se convirtió en la pinche ama del mercado. administraba los puestos de las dueñas y solo tenía que cogérselas pa’ mantenerlas contentas. ambos aprendieron la vida del otro, y aunque al principio pensaban que era un infierno, resultó que no estaba tan mal. al contrario, cada uno encontró que su nueva vida era mejor que la anterior. a los dos meses, diego—en el cuerpo de sofía—estaba embarazada. pa’ evitar rumores y chismes culeros, se casó con el cardiólogo en una boda rápida pero elegante. por su parte, sofía—en el cuerpo de diego—había embarazado a las dos dueñas del mercado y a cuatro encargadas más en una orgía loca que organizaron un fin de semana.


fue entonces cuando sofía sintió un pedo raro. quería volver a su vida original, extrañaba algo de ser mujer. pero cuando vio desde lejos a su antiguo cuerpo—embarazado, feliz, rodeado de amigas de verdad y casado con un cirujano cabrón—se hizo a un lado. ella ya se había adaptado a esta vida de hombre, follando sin parar y mandando en el mercado. “que se joda,” pensó. si él podía adaptarse a ser ella, entonces ella podía quedarse siendo él.


**capítulo 7: vidas intercambiadas, placeres retorcidos**


aún embarazada, diego en el cuerpo de Sofía seguía haciendo todo lo que se esperaba de una pinche esposa y doctora en ascenso. cuando llegó el momento de dar a luz a unas gemelas, no quiso ni madres sentir que se partía en dos por el coño, así que exigió una cesárea pa’ no pasar por ese pedo. su esposo, el jefe de cardiología con lana hasta pa’ tirar pa’ arriba, le dio seis putos meses de descanso pa’ que se la pasara chido en la mansión. mientras amamantaba a las bebés, diego sentía un morbo cabrón que no podía explicar; esos pezones duros como vergas chiquitas, soltando leche caliente cada vez que las nenas chupaban, lo ponían cachondo como nunca. se la pasaba encerrado en la biblioteca de la mansión, devorando libros de medicina, pero también se le iba el ojo a las vaginitas de sus hijas cuando las cambiaba, y aunque sabía que era un desmadre, no podía evitar que se le mojara la panocha con pensamientos enfermos.


un día, su esposo, con cara de cabrón pervertido, le propuso un trío pa’ darle sabor a la mierda. diego, con una sonrisa culera, le dijo que él escogía a la tipa. se fueron juntos a la calle roja, un putero lleno de zorras de todo tipo, y eligió a dos flacas bien ricas, con tetas falsas que parecían globos pero qué chingados, estaban buenas. en el cuartucho rentado, sentir su coño rozando otro coño mientras las putas le chupaban la leche de las tetas fue un pinche éxtasis. le acariciaban el clítoris con dedos expertos mientras su esposo le metía la verga hasta el fondo, dejando toda su corrida caliente dentro. diego vio en los ojos del cabrón que no era exactamente lo que esperaba, pero qué pedo, una buena esposa complace, y ese cuarteto lo dejó al vato con los huevos vacíos y una sonrisa de pendejo.


esa noche, mientras estaban en la cama, diego le susurró al oído con voz de puta seductora: “cada vez que pienses en engañarme o cogerte a otra, piensa que yo te puedo dar lo que quieras dos o tres veces mejor de lo que imaginas.” había una fantasía que sofía nunca quiso cumplirle, pero diego iba a ser diferente. agarró una máquina de toques eléctricos que tenían guardada pa’ pedos raros, metió uno de los tubos por el culo de su esposo y el otro por su propio ojete. lo montó como una vaquera del porno, encendió la máquina, y sintió cómo su coño se apretaba con cada descarga, como si tuviera una verga creciendo dentro aunque era puro espasmo eléctrico. la excitación fue tanta que en menos de diez segundos, el cabrón se vino dentro de ella con los toques haciéndolo convulsionar, y diego se orinó encima de él, un chorro caliente de pura lujuria descontrolada.


al día siguiente, decidió buscar su antiguo cuerpo, con una mezcla de nostalgia y curiosidad cabrona. encontró a sofía en el cuerpo de diego manejando todas las putas bodegas del pasillo 10, rodeado de niñitas niñeras empujando cuatro carreolas con cuatro bebés chillones mientras hablaba por tres celulares como un hijo de puta multitarea. diego gritó desde lejos, y ese cuerpo musculoso volteó con cara de “qué chingados quieres”. “así que no perdiste el tiempo, ¿eh? y veo que tú tampoco,” dijo sofía con tono de burla. diego, con una sonrisa amarga, respondió: “no vine a presumirte mi vida de mierda. solo quiero invitarte a mi graduación mañana. pasado mañana empiezo como cirujana en el hospital. pero más que nada, quería agradecerte. querer que vieras mi vida y yo la tuya me hizo la mujer más feliz… o el hombre más feliz… bueno, el hombre en cuerpo de mujer más feliz. aunque no estemos juntos, gracias por tu vida.”


sofía, con una media sonrisa en ese rostro curtido, asintió. “agradezco también tu vida,” dijo mientras dos gordas bien culonas se le acercaban, acariciándolo por ambos lados como si fuera un pinche rey del mercado. diego se alejó caminando, echando un ojo a lencería nueva en la zona de ropa de las bodegas pa’ aprovechar el viaje. mientras revisaba unas tangas de encaje negro, leyó un mensaje de su esposo en el celular: puro deseo enfermo en cada palabra, imaginándose un hombre casado con otro hombre que lo sabe todo. podía sentir las ganas que lo mantenían enganchado, un hambre que prometía mantenerlo feliz por un buen rato.


lunes, 8 de septiembre de 2025

LA MALDICION DEL GAMER

 



todo empezó en un stream cualquiera de twitch. soy alex, un gamer de 25 años, medio famoso por mis partidas brutales de *call of duty* y, bueno, por mi bocota. siempre hablaba de mi chica ideal mientras jugaba, describiendo cada maldito detalle como si fuera un puto arquitecto del sexo: “tetas redondas, culo gordo que tiemble al caminar, cintura de avispa, piernas largas pa’ envolverme, y un coño tan apretado que me saque el alma”. lo soltaba sin filtro, riéndome de los comentarios de odio que llovían en el chat, y no olvidemos flaca, flaca que nunca engorde y que aparte haga pilates todo el dia por que eso hacen las viejas para estar flacas no. pero esa noche, dos chicas en el chat se hartaron de mi mierda. una escribió: “ojalá te conviertas en tu propia zorra ideal, cabrón”. la otra remató: “maldito seas, que sientas lo que es ser tu puta perfecta”. me cagué de risa, les mandé un “jajaja, vayan a lavar platos” y seguí jugando. error de novato.

estaba con mis audífonos puestos, sudadera negra 3 tallas mas grandes y pantalones de mezclilla holgados, gritando insultos al micrófono mientras masacraba noobs en el juego. entonces sentí algo raro bajo los audífonos, como un cosquilleo en el cuero cabelludo. ignoré la mierda al principio, pero luego noté mechones de pelo cayendo por mis hombros. me quité los audífonos un segundo y vi que mi cabello, antes castaño oscuro y corto, ahora era jodidamente rubio platino, liso como seda, y me llegaba hasta la mitad de la espalda. “¿qué carajos?”, murmuré, pasando los dedos por las hebras suaves. olía a maldito champú caro, no al sudor rancio de siempre. el corazón se me aceleró, pero volví al juego, pensando que era un puto sueño o un trip de energía.

luego vino el siguiente golpe. mi cuerpo empezó a sentirse... apretado. mi sudadera, que antes me quedaba como un saco, ahora se pegaba a mí como si hubiera encogido tres tallas en la lavadora. sentí una presión rara en el pecho, como si algo empujara desde dentro. miré abajo y vi dos montículos creciendo bajo la tela, redondos y firmes como putas melonas. mis pezones, duros como piedras, se marcaban a través de la sudadera, tan sensibles que el roce de la tela me hacía jadear sin querer. cada respiración era una tortura; sentía cómo mi caja torácica se achicaba, cómo mis hombros anchos se estrechaban, y mi torso musculoso—el que había construido con años de gym—se desvanecía. mis brazos, antes gruesos y venosos, ahora eran delgados, frágiles, con piel suave como el culo de un bebé. el miedo me pegó duro; estaba perdiendo todo lo que era, y no podía parar de temblar.

intenté seguir jugando pa’ distraerme, pero entonces mis dedos fallaron. no podía picar las teclas bien. miré mis manos y casi grito: mis uñas, antes cortas y desgastadas de tanto teclear, ahora eran largas, acrílicas, pintadas de un rosa chillón que brillaba bajo la luz del monitor. cada intento de presionar una tecla era un puto desastre; las uñas chocaban contra el teclado, haciendo clic-clak como si fueran garras. “no mames, ¿qué es esta mierda?”, solté, levantándome de la silla con pánico. al ponerme de pie, mis pantalones—que antes me quedaban bien—se deslizaron hasta los tobillos como si fueran de un gigante. mi cintura se había reducido tanto que parecía que me habían cortado por la mitad. mis caderas, antes rectas y duras, ahora se curvaban hacia afuera, dándome una forma de reloj de arena que no podía creer.

entonces llegó el dolor más jodido de todos. un ardor insoportable explotó en mi entrepierna, como si alguien me hubiera dado una patada directa en los huevos. caí de rodillas, jadeando, mientras metía una mano temblorosa bajo los calzoncillos. sentí cómo mi escroto, antes pesado y lleno, se encogía como si lo succionaran hacia dentro. mis testículos—mi orgullo de cabrón—se empujaban hacia adentro de mi cuerpo con un dolor sordo, como si los aplastaran contra hueso. grité, pero mi voz ya no era grave; salió aguda, chillona, como la de una pinche niña asustada. toqué más abajo y noté que mi verga, esa polla gruesa que siempre presumí, se abría por la mitad. fue como sentir carne desgarrándose; el dolor era blanco, cegador. podía ver y sentir cómo la uretra se separaba, deslizándose hacia un punto más bajo mientras mi escroto mutaba en algo húmedo y arrugado. esos pliegues se convirtieron en labios, abriéndose para dejar a la vista un hoyo rosado, húmedo—mi puta vagina nueva. cada nervio ardía; sentía una sensibilidad enferma, como si el aire mismo me tocara donde no debía.

lo último fue lo más humillante. lo que quedaba de mi pene—ya reducido a una mierda patética—se pegó contra mi piel, achicándose más y más hasta transformarse en algo diminuto pero duro. era un clítoris, alargado y palpitante, sentado justo arriba de ese coño que no quería reconocer. jadeé, intentando procesar el horror, cuando mis pies resbalaron. casi me caigo de cara; miré abajo y vi que estaba usando tacones negros brillantes, elevándome unos buenos 10 centímetros del suelo. mis pies, ahora pequeños y delicados, apenas podían mantener el equilibrio. tropecé contra la pared, agarrándome del escritorio pa’ no partirme la madre, mientras mi respiración salía en jadeos cortos. miraba mi reflejo en el monitor apagado: una cara más suave, labios carnosos, ojos grandes rodeados de pestañas largas. ya no era yo. era una jodida muñeca viviente, exactamente como había descrito mil veces en stream. el miedo y la humillación me ahogaban; todo lo que había sido—mi fuerza, mi identidad—se había ido a la mierda.

el cambio no se detuvo, y la mierda se puso más jodida. mis piernas, antes gruesas de tanto sentarme a jugar, se alargaron como si alguien las estirara con una puta polea. se volvieron delgadas, suaves, con una curva elegante que terminaba en unos tobillos finos como si fueran de cristal. mis caderas crujieron al ensancharse un poco más, mostrando esos huesitos que sobresalían como si me hubiera muerto de hambre pero de forma sexy. sentía la piel tirante, como si me hubieran remodelado con un puto bisturí invisible. mi pubis, que antes era una selva de vello oscuro, se depiló solo—ni un maldito pelo quedó. donde antes había pelusa, ahora había una presión rara, un abultamiento suave. bajé la mirada y vi un monte de venus perfecto, elevado, como una jodida invitación. mi respiración se cortó; esto no era real, pero lo sentía demasiado.

mis bóxers, que estaban enrollados en mis rodillas porque los pantalones ya no me quedaban, subieron solos como si tuvieran vida propia. se transformaron en una tanga negra de encaje, tan ajustada que se encajó directo entre mis glúteos nuevos y redondos, rozando mi vagina recién formada. cada movimiento era una tortura; la tela tiraba de mi piel sensible, recordándome lo que ahora tenía ahí abajo. mi sudadera, ya diminuta, perdió las mangas y se convirtió en una blusita corset de color rosa chicle, apretándome la cintura hasta dejarme sin aire y levantando mis tetas nuevas como si fueran trofeos. los pantalones, o lo que quedaba de ellos, mutaron en una falda plisada cortísima, apenas cubriendo mi culo. cuando me senté en la silla, sentí cómo mi trasero—ahora enorme, carnoso—se expandía bajo mi peso, rebotando ligeramente. mis senos, firmes y atrapados por el corset, temblaban con cada respiro, los pezones duros rozando la tela y mandando chispas de algo que no sabía si era dolor o morbo.

miré alrededor, y mi cuarto ya no era mío. las paredes grises ahora eran rosa pastel y morado, como si una Barbie hubiera vomitado por todos lados. mis tres monitores, mi orgullo gamer, habían desaparecido; en su lugar había una laptop diminuta, blanca, con stickers de corazones. mi silla gaming, negra y roja, ahora era rosa con detalles blancos, acolchada como para una princesita. el ropero pequeño de madera vieja se había transformado en un armario gigante con puertas de cristal, dejando ver un desfile de ropa femenina: vestidos ajustados, tangas, sostenes de encaje, faldas que no cubrían ni la mitad del muslo. era como si mi vida entera hubiera sido borrada y reemplazada por esta mierda de fantasía enferma.

el stream en twitch seguía en vivo; no había cortado la transmisión. miré la pantalla de reojo y el chat estaba explotando. la mitad eran comentarios de puro terror y asombro: “wtf te pasó bro?”, “es un glitch o qué mierda?”. la otra mitad eran puñaladas directas: “mira, ahora vas a ser la perra de la que siempre hablas”, “disfruta ser tu propia puta ideal, cabrón”. sentía la sangre hirviéndome, pero también un nudo en el estómago. no podía apagar la cámara; todos estaban viendo cómo me convertía en esta cosa que yo mismo había creado con mis palabras.


el infierno no tenía fin. sentado en esa silla rosa de mierda, mis piernas se abrieron solas, como si una fuerza invisible las controlara. mi mouse gamer de 20 botones, mi puto orgullo, empezó a brillar y transformarse frente a mis ojos. en un parpadeo, se convirtió en un vibrador lovesense rosado, brillante y jodidamente grotesco. antes de que pudiera reaccionar, esa cosa voló directo hacia mí, metiéndose en mi nueva vagina con una precisión del carajo. el dolor fue como si me partieran en dos con un cuchillo ardiente; grité, pero mi voz era un chillido patético de niña. el vibrador se alojó dentro, y de inmediato comenzó a vibrar como un hijo de puta. podía sentir cómo mi coño se mojaba, escurría entre mis muslos pequeños y depilados, el líquido caliente goteando hasta la silla. mis piernas suaves se cruzaron instintivamente, un pie sosteniendo al otro, dejando ver en cámara esos tacones negros de zorra que no podía quitarme.

intenté apagar la transmisión, desesperado por parar esta humillación pública. pero el juego de guerra en mi laptop había mutado a algo “rosita y bonito”, una interfaz llena de corazones y purpurina de mierda. cada vez que recibía donaciones—y joder, llegaban a montones—el puto vibrador vibraba más fuerte, sacudiéndome desde adentro. no podía hacer nada más que gemir como una perra en celo mientras los comentarios del chat se volvían más enfermos: “mójalos más, puta”, “mira cómo te retuerces”. en 5 minutos, había juntado más de 3 millones de dólares. tres putos millones. en 5 años de streams sudando sangre, apenas había sacado 15 mil. la ironía me quemaba tanto como ese vibrador.

de repente, la puerta de mi cuarto—ahora rosa pastel de mierda—se abrió con un golpe. un tipo musculoso y barbón, vestido con un traje caro que olía a dinero, entró como si fuera el dueño del mundo. sin decir nada, reclinó mi silla hacia atrás y me plantó un beso, metiendo su lengua gorda y babosa en mi boca. mi cerebro quería vomitar; cada fibra de lo que quedaba de mí gritaba asco. pero este cuerpo de muñeca lo deseaba, respondiendo con un gemido que no pude controlar. “despídete de tus seguidores por hoy”, gruñó con voz grave. “te voy a llenar como embutido”. corté la sesión con manos temblorosas, y por fin pude descruzar las piernas. el vibrador se detuvo, dejando un vacío raro dentro de mí. él me levantó como si fuera una pluma y me llevó a la cama, arrancando ese juguete de mierda de mi coño con un tirón rápido. sentí cómo mi vagina se estiraba, agrandándose pa’ sacar esa cosa; fue desagradable, como cagar pero con una excitación enferma, como si me cagara por la punta del antiguo pene ese  que ya no tenía. hablando de penes, la suya era un monstruo: enorme, venosa, latiendo mientras se metía hasta el fondo. aunque entró fácil por lo mojada que estaba, dolió como un carajo. grité con todo lo que tenía, pero solo salió un gemido femenino, agudo y roto.




a partir de ahí, mis días eran una puta rutina de pesadilla. despertaba con un desayuno de fruta y jugo preparado por una sirvienta que ni sabía de dónde salió. luego, tres horas de pilates pa’ mantener este cuerpo de trofeo con una entrenadora personal que cobraba mas por dia de lo que ganaba yo al mes, todo pa’ prostituirme en vivo por dinero. los streams eran mi vida ahora; me sentaba frente a la cámara con lencería barata y dejaba que las donaciones hicieran vibrar ese juguete dentro de mí mientras gemía pa’ la audiencia, me tocaba los pezones, los prendia cuando tomaba pedazos de hielo y los derretia con mis senos. al final del día, llegaba mi “esposo”, ese cabrón musculoso, y me cogía cada noche sin importar si estaba con mi periodo. joder, la regla era un infierno—dolores que me retorcían las tripas, sangre por todos lados—pero el vibrador ayudaba a pasar el rato entre lágrimas y orgasmos forzados.


los meses pasaron, y entonces pasó lo inevitable: quedé embarazada. mi vientre empezó a hincharse, redondeado bajo las blusas ajustadas que usaba pa’ los streams. lejos de ahuyentar a los cabrones de internet, eso los ponía más locos. “una preñada gimiendo es lo mejor”, escribían mientras las donaciones se disparaban al doble. cada gemido mío valía oro ahora; ver mi barriga crecer mientras el vibrador me hacía retorcerme les sacaba billetes sin fondo. ahorré más en esos meses que en toda mi vida anterior, todo mientras cargaba a este bebé que ni pedí ni entendía. era la puta perfecta que siempre describí, atrapada en un ciclo de humillación y placer enfermo del que no había salida.

el dolor del parto fue una puta pesadilla que no se compara con nada. imagina que te parten en dos desde el coño hasta la columna, como si un cabrón te abriera con un hacha oxidada. cada contracción era un golpe brutal, como si mis entrañas se retorcieran y apretaran pa’ sacar algo que no cabía. sudaba como cerda, gritando con una voz que no parecía mía, mientras sentía cómo mi vagina se desgarraba, estirándose al límite pa’ dejar pasar a esa criatura. fueron horas de puro infierno, el cuerpo temblando, las piernas abiertas como si me fueran a romper las caderas. cuando por fin salió mi hija, entre sangre y mierda viscosa, el alivio fue momentáneo, pero el ardor seguía—un recordatorio de que este cuerpo de zorra no estaba hecho pa’ soportar tanto.

mi hija creció, y joder, era un calco de este cuerpo nuevo mío. a los 18, tenía las mismas tetas redondas y firmes, el culo gordo que rebotaba al caminar, y unas curvas que hacían girar cabezas pero delgadita y hermosa como yo lo era. pero lo que me dejó en shock fue cuando me confesó que era una ninfómana de mierda, desde los 12 no habia parado de coger, a veces tomaba verdura se la metia y luego preparaba la comida con esa misma. no paraba de hablar de cómo necesitaba polla o cualquier cosa que la llenara cada día. en vez de juzgarla, la invité a mi show en línea. necesitaba plata, y sabía que verla sería un puto imán. internet explotó cuando salió en cámara usando un dildo doble, metiéndoselo por el coño y el culo al mismo tiempo con una cara de gozo que era pura droga pa’ los pervertidos del chat. yo miraba desde un lado, y aunque me calentaba ver esa mierda—el morbo de su placer me ponía duro el clítoris—el dolor de mi propio cuerpo me jodía. cada penetración, incluso después de tanto tiempo, seguía doliendo como si me metieran vidrio roto. nunca se iba esa quemazón.

ella se volvió la nueva sensación, una reina del porno online, mientras yo me retiré a un segundo plano. veía cómo ganaba millones diarios, más de lo que yo había juntado en años de humillarme. luego se consiguió a un nerd, un tipo flaco y con cara de idiota que no entendía cómo podía estar con una diosa como ella. hasta que, en unas vacaciones, lo vi. ese cabrón tenía una polla descomunal—más grande, gorda y larga que la de mi marido. mi hija, con ese cuerpo perfecto, lo manejaba como a un puto sirviente, haciéndolo arrodillarse y lamerle los pies mientras ella mandaba. era un espectáculo de dominación que casi me hace respetar al pendejo.

al final de mis días, cuando ya estaba harta de esta vida de mierda, algo pasó. desperté de nuevo como yo, el verdadero yo, antes de toda esta locura. estaba sentado frente a mi setup viejo, a punto de iniciar un stream en twitch, con el olor rancio de mi cuarto de siempre. pero había un correo esperándome, con un mensaje claro como el agua: “tú decides si cambiar o volver a vivir todo”. aunque era un puto alivio estar de vuelta y orinar de pier, brincar sin que cada parte de mi cuerpo rebotara, mi mente traicionera no podía dejar de desear tener una verga dentro de mi otra vez. ese hambre, esa necesidad enferma, seguía ahí, royéndome desde dentro pero esa decicion la tomaba aqui comenzando el stream.






miércoles, 27 de agosto de 2025

Plantado



Todo empezó en la iglesia, el día de la boda. ana, radiante en un vestido blanco de encaje que abrazaba cada curva, miró a su novio sebastian — un tipo sencillo, buenazo, pero sin chispa —y decidió que no. en el altar, con los invitados boquiabiertos, lo plantó sin un ápice de culpa. sus ojos ya estaban fijos en rodrigo, el ricachón de 40 años que esperaba afuera en un lamborghini negro. la madre de sebastian, desde la primera fila, la fulminó con la mirada. “maldita seas, niña egoísta. vas a pagar por humillarlo”, siseó entre dientes mientras ana se largaba del brazo del magnate, riendo como si el mundo le perteneciera.

el penthouse de rodrigo era un palacio de vidrio y mármol en el corazón de la ciudad. vistas panorámicas, una cama king size con sábanas de satén negro, y un espejo en el techo que reflejaba cada movimiento. ana se desnudó con hambre, dejando caer el vestido de novia como si fuera trapo viejo. sus tetas, redondas y firmes, rebotaban al moverse; sus caderas anchas y su cintura de avispa eran un imán. se montó sobre rodrigo, quien ya estaba desnudo, su verga gruesa y dura lista para ella. el aire olía a sexo y champán caro. ella se deslizó sobre él con un gemido gutural, su coño húmedo tragándolo entero, moviéndose arriba y abajo con un ritmo salvaje. sus uñas pintadas arañaban el pecho bronceado de él mientras sus gemidos llenaban la habitación. el espejo arriba mostraba su culo perfecto subiendo y bajando, sus tetas saltando con cada embestida.



entonces, la maldición golpeó. primero fue un cosquilleo raro en la piel, como si miles de agujas la pincharan. ana frunció el ceño, pero no paró; el placer era demasiado intenso. miró hacia abajo y vio algo imposible: vello negro y grueso brotando de sus piernas suaves como si fuera musgo creciendo en tiempo récord. los pelos subieron por sus muslos, espesos y rizados, hasta cubrirlos por completo. el vello trepó más, invadiendo su vientre plano, rodeando su ombligo en un remolino oscuro. llegó a sus tetas—esos globos perfectos comenzaron a cubrirse de pelo áspero, negro, que se extendía como una alfombra hasta el cuello. sintió un ardor en la barbilla; se tocó y notó una barba incipiente, dura, que crecía a cada segundo hasta formar una mata densa que le llegaba al pecho. jadeó, pero el movimiento de sus caderas no cesó; el morbo mezclado con terror la tenía atrapada.

sus caderas anchas, esas curvas que volvían loco a cualquiera, empezaron a encogerse. era como si alguien exprimiera su cuerpo desde los lados—los huesos crujieron, achicándose hasta volverse rectas, angulosas. las tetas, ahora cubiertas de vello, comenzaron a desinflarse como globos pinchados. la carne se derritió bajo la piel peluda, dejando solo un pecho plano, duro, donde los pezones desaparecieron bajo capas de músculo que surgían de la nada. sus brazos delgados, antes femeninos, se hincharon con venas protuberantes, bíceps y tríceps marcados como si hubiera pasado años en el gimnasio. las piernas, antes finas como columnas griegas, se engrosaron con músculos definidos, los muslos ahora troncos cubiertos de vello que raspaban contra la piel de rodrigo.

él lo notó. sus ojos se abrieron como platos, el pánico reemplazando la lujuria. **“¿qué mierda te pasa?”**, gritó, empujándola con fuerza. ana cayó al suelo, desnuda y jadeante, mientras sentía algo aún más extraño entre las piernas. su coño, húmedo y abierto segundos antes, comenzó a cerrarse. los labios vaginales se fusionaron con un dolor punzante, como si cosieran carne viva. sintió una presión interna insoportable; algo empujaba desde dentro hacia fuera. la piel donde antes estaba su entrada se abultó, formando una bolsa arrugada que colgaba pesada. dentro, podía sentir cómo dos masas redondas descendían lentamente, llenando el saco con un peso nuevo—sus testículos emergiendo como si siempre hubieran estado ahí, calientes y palpitantes.


el cambio final fue el más brutal. su uretra se separó con un ardor infernal, como si quemaran tejido vivo. al mismo tiempo, su clítoris—ese pequeño botón de placer—empezó a crecer descontrolado. se alargó, engrosó, transformándose ante sus ojos en algo venoso, duro, circuncidado. era un pene completo, erecto por la adrenalina del cambio, latiendo con una mezcla enferma de horror y excitación residual. cada vena parecía viva, cada pulso enviaba una corriente eléctrica por su nuevo cuerpo. tocó esa cosa extraña entre sus piernas con manos temblorosas, ahora callosas y enormes, incapaz de procesar que ese pedazo de carne dura era suyo.




rodrigo, pálido como un cadáver, agarró el vestido de novia del suelo y se lo lanzó a la cara. **“¡fuera de mi casa, fenómeno!”**, rugió, empujándola hacia la puerta del penthouse. ana—no, ahora no sabía ni quién era—tropezó, el vestido colgando inútilmente sobre su cuerpo peludo y musculoso. salió al pasillo lujoso, las luces brillantes iluminando cada pelo, cada músculo fuera de lugar. el mundo giró violento; el shock fue demasiado. cayó al suelo de mármol frío, desmayándose mientras los últimos ecos de placer sexual se mezclaban con el asco de lo que ahora era.



desperté en el hospital, el olor a desinfectante quemándome la nariz. mi ropa—o lo que quedaba de ella—estaba hecha jirones, y la pequeña bolsa que llevaba no tenía nada: ni identificación, ni tarjetas, ni un maldito peso. los médicos y pacientes me miraban como si fuera un bicho raro, susurrando “loco” y “drogado”. intenté explicar, pero mi voz, ahora grave y áspera, solo empeoraba las cosas. una enfermera, clara, de unos 30 años, con ojos amables pero cansados, fue la única que no me juzgó. “vámonos antes de que te encierren”, murmuró, sacándome por una salida trasera. sin nada a mi nombre, me llevó a su casa, un apartamento modesto pero acogedor al otro lado de la ciudad.


vivir como hombre era un infierno que no esperaba. la primera vez que me golpeé los huevos contra el barandal de la escalera, el dolor fue como un rayo directo al cerebro—un recordatorio punzante de mi nueva anatomía. busqué trabajo donde pudiera; nadie en casa de clara creía mi historia de transformación, así que terminé en construcción. cargaba bloques bajo el sol ardiente, mis músculos nuevos sudando y doliendo cada día más. llegaba agotado, y clara me esperaba con comida caliente—pollo guisado, arroz, algo sencillo pero reconfortante. me consentía como si fuera un niño perdido, aunque yo apenas entendía cómo navegar esta vida de hombre. hasta sentarme a orinar fue un desastre; la primera vez acabé mojado, aprendiendo a punta de error que ahora tenía que hacerlo de pie.

pero algo me llamaba, una tensión que no podía nombrar. una noche, viendo películas en el sofá raído de clara, su mano rozó mi muslo, subiendo demasiado alto. un calambre eléctrico recorrió mi entrepierna; mi pene, atrapado en unos jeans ajustados que no sabía cómo comprar bien, se endureció al instante. el dolor de la erección apretada contra la tela era nuevo, urgente, como si algo dentro exigiera salir ya. no tenía idea qué hacer como hombre. mis manos temblaban, mi respiración se cortó. clara notó mi torpeza y sonrió con una mezcla de ternura y picardía. “deja que te ayude”, susurró, desabotonando mis jeans con dedos expertos.

me desnudó lento, casi como un ritual. los jeans cayeron al suelo con un ruido sordo, liberando mi verga venosa y circuncidada. estaba dura como piedra, latiendo con cada latido de mi corazón, la piel tensa y brillante por la presión acumulada. ella se quitó la blusa, dejando ver sus tetas redondas bajo un sostén simple de algodón. se arrodilló frente a mí, y cuando su boca caliente envolvió la cabeza de mi pene, casi colapsé. la sensación era indescriptible—una succión húmeda y cálida que me recorría desde la punta hasta los huevos. cada lamida suya enviaba ondas de placer tan intensas que mis piernas temblaban. no sabía que algo podía sentirse así; como mujer nunca había experimentado esta urgencia cruda, esta necesidad de explotar. mis manos instintivamente agarraron su pelo mientras ella chupaba más profundo, su lengua girando alrededor de mi glande sensible. duré menos de 20 segundos. el clímax llegó como un puñetazo—un espasmo violento desde la base de mi columna hasta la punta de mi verga. eyaculé dentro de su boca con un gruñido ronco, chorros calientes y espesos que parecían no terminar. ella tragó todo sin parpadear, limpiándose la comisura de los labios con una sonrisa.


“ahora me cumples”, dijo con voz firme, recostándose en el sofá y abriendo las piernas. yo sabía lo que quería; aunque ella no era lesbiana y admitió que le daba algo de asco estar con alguien que parecía una mujer en su pasado, confié en lo que conocía. me arrodillé entre sus muslos, bajándole las bragas empapadas. su coño estaba hinchado de deseo, los labios rosados brillando con humedad. el olor era dulce y salado a la vez, un aroma que conocía bien de mi vida anterior pero que ahora golpeaba diferente. pasé la lengua lenta por su clítoris hinchado, saboreando cada pliegue mientras ella gemía suave. sabía exactamente dónde tocar—recordaba lo que me volvía loca antes. chupé con precisión, alternando con círculos rápidos de mi lengua mientras mis dedos callosos exploraban dentro de ella, curvándose para encontrar ese punto que hacía arquearse su espalda. sus jugos sabían intensos, almizclados, cubriendo mi barba áspera mientras trabajaba. mis propios testículos aún palpitaban del orgasmo anterior, y sentía mi pene semierecto rozando contra el sofá, sensibilizado por cada movimiento. cada gemido suyo resonaba en mí como un eco de lo que solía ser.

tras minutos de lamer y tocar—mis labios hinchados por el esfuerzo—clara explotó con un grito agudo. un chorro cálido salió de ella, empapando mi cara y cuello mientras su cuerpo temblaba descontrolado. el sabor era más fuerte ahora, casi amargo, pero seguí lamiendo hasta que sus convulsiones pararon. levanté la vista, jadeando, con su humedad goteando de mi barbilla. ella me miró con ojos vidriosos, satisfecha pero vulnerable.

una hora después, la acción se trasladó a la cama de clara. estábamos agotados, pero mi pene volvió a endurecerse, latiendo con una urgencia que no podía ignorar. la piel tensa, las venas marcadas, todo pedía más. me subí encima de ella, torpe como un adolescente que no sabe ni dónde poner las manos. penetrar a una mujer por primera vez como hombre fue... desconcertante. su coño estaba caliente, húmedo, envolviéndome con una presión que era a la vez familiar y alienígena. pero no era lo mismo que sentir desde el otro lado. empujé con poca gracia, mis caderas chocando contra las suyas sin ritmo, entrando y saliendo sin control. no sabía cómo moverme; mis instintos de antes no servían de nada. sentía el roce, el calor, pero también una desconexión—como si mi cuerpo actuara por su cuenta mientras mi mente se resistía. tocarle los senos me daba asco, un rechazo visceral; esos montículos suaves que alguna vez tuve ahora me parecían ajenos, repulsivos. aun así, mi cuerpo traicionero los apretaba, deseando más, atrapado en una lujuria que no entendía.

eyacular tampoco fue igual. cuando llegó el clímax, tras unos minutos de embestidas descoordinadas, fue un espasmo rápido, un alivio físico pero vacío. no había capas, ni oleadas de placer como cuando era mujer. los orgasmos múltiples que recordaba con nostalgia eran un lujo perdido; esto era un disparo único, un vaciamiento que me dejó más frustrado que satisfecho. sudado y jadeante, me derrumbé a su lado, odiando cada segundo de esta cáscara masculina.

con el tiempo, algo cambió. empecé a comprarle ropa que yo habría usado: vestidos ajustados que marcaban cada curva, lencería de encaje negro, tangas diminutas que apenas cubrían. verla con eso era como verme a mí misma de antes, un eco enfermizo de lo que perdí. cada noche, durante un año entero, follábamos sin parar. era una rutina adictiva, un intento desesperado de llenar el vacío. pero sabía que esto era irreversible; la maldición no iba a deshacerse sola.

tras ese año, decidí dar el paso. le propuse matrimonio a clara. ella aceptó, con una sonrisa tímida pero feliz. planeamos una boda modesta, en una iglesia pequeña, con poca gente—nada que ver con el circo de mi vida anterior. pero el día llegó, y mientras esperaba en el altar, con un traje barato que me quedaba grande, clara no apareció. murmullos entre los pocos invitados, miradas de lástima. luego lo supe: se había ido con un cirujano, un tipo con plata y promesas de una vida mejor. en segundos, lo perdí todo otra vez. sin casa—ella me echó del apartamento—, sin esposa, sin nada más que la ropa que llevaba puesta.

solo me quedaba una opción: buscar a mi ex, la madre de mi antiguo novio, y rogarle que quitara esta maldición. tenía que enfrentarla, aunque fuera lo último que hiciera.

caminé bajo la lluvia, empapado y destrozado, hasta encontrar la casa de mi ex. el barrio seguía igual, con sus jardines cuidados y el olor a hierba recién cortada. toqué la puerta con manos temblorosas, y cuando abrió, su cara pasó de confusión a desprecio en un segundo. “¿quién carajos eres?”, gruñó, mirándome como si fuera un mendigo desquiciado. intenté explicarle, pero no me creía—hasta que solté detalles íntimos, cosas que solo yo podía saber: la marca de nacimiento en su cadera, las palabras susurradas en nuestra primera noche. sus ojos se abrieron de golpe, la incredulidad transformándose en horror. “no puede ser...”, murmuró. me confirmó que su familia y la mía me habían buscado por meses, pensando que había muerto. y ahí estaba, un desastre viviente pidiendo ayuda.

me acerqué, desesperado por sentir algo familiar, e intenté besarlo. pero se apartó con una mueca de asco, retrocediendo como si fuera veneno. entonces la vi: una chica deslumbrante detrás de él, piernas largas como columnas, cintura diminuta, senos redondos y perfectos aunque no muy grandes. su nueva novia. mi pecho se apretó, un nudo de celos y pérdida. salí de ahí sin decir más, caminando sin rumbo hasta derrumbarme bajo un puente, la lluvia golpeándome como si el cielo mismo me odiara. rogué por una segunda oportunidad, por estar con él de nuevo. entonces, un dolor punzante me atravesó, como si mi carne se desgarrara desde adentro. mi cuerpo comenzó a cambiar otra vez.


desperté en una cama desconocida, abrazada por él. mi piel era suave, mis curvas idénticas a las de esa chica. me llamó “karen” con una voz cálida, y no lo dudé: lo besé con desesperación, sintiendo por fin algo que reconocía. recordando lo que era ser mujer, bajé hasta su entrepierna, chupando su pene con una mezcla de hambre y nostalgia. el sabor salado, la textura firme contra mi lengua—todo era familiar pero nuevo. luego lo monté, mi vagina en este cuerpo tan pequeña que cada embestida dolía como un cuchillo. aun así, lo disfrutaba; los orgasmos múltiples regresaron, recorriendo mi cuerpo en oleadas que me hacían temblar. me prometí ser la mejor mujer para él. le cocinaba platos elaborados, le daba pequeños detalles diarios, y le ofrecía todo el sexo que quisiera, aunque cada penetración ardiera como fuego.

unos días antes de nuestra boda, descubrí que estaba embarazada. el peso del futuro se sentía real, pero también ilusorio. el día llegó, mis nuevos padres—que no sabía ni cómo habían entrado en esta vida—me llevaron al altar. la iglesia estaba llena de rostros que apenas reconocía. pero él no estaba ahí. el hijo de puta se había fugado con su secretaria tetona. otra vez abandonado, otra vez roto. esta maldición parecía un ciclo interminable, una prisión de carne y traición que nunca iba a soltarme.
criar a mi hija fue un infierno. estudiar y trabajar al mismo tiempo, apenas llegando a fin de mes, era un desgaste constante. el cuerpo de karen no tenía apoyo; sus padres también la habían abandonado, murmurando que “seguro la niña es de otro” y por eso su hijo me dejó. vivía con lo mínimo, racionando cada peso para pañales y leche, mientras cargaba el peso de un pasado que no podía borrar. los años pasaron como un borrón agotador; 20 años después, estaba cansada, arrugada antes de tiempo, sobreviviendo con migajas.

mi hija, mi único orgullo, creció y se enamoró de un chico rico. cuando me dijo que se iba a casar, sentí un alivio que no había conocido en décadas. pero en la boda, la historia se repitió como un maldito eco. mi futuro yerno no llegó. la maldición había caído sobre ella también. embarazada, igual que yo, se quedó plantada en el altar, destrozada. entonces entró mi ex a la iglesia, con esa mirada de desprecio que nunca olvidaría. “sabía que eras tú desde esa acogida en la mañana”, escupió. “no sé cómo carajos lo hiciste, pero no me iba a casar con una mujer que fue hombre y luego robó el cuerpo de mi novia. tu hija se merece todo lo que le está pasando”. sus palabras fueron un puñal, pero lo peor vino después: su hijo, el que iba a ser mi yerno, entró del brazo de una chica joven, hermosa, más que mi hija. la humillación fue absoluta.

los maldije a todos con cada fibra de mi ser, gritando improperios que resonaron en las paredes de la iglesia. pero esta vez, nada pasó. no hubo transformación, ni dolor punzante, ni escape. solo silencio. mi hija y yo terminamos criando a mi nieta juntas, compartiendo el mismo techo destartalado, las mismas penas. rogábamos en silencio que ella fuera lesbiana, que nunca tuviera que pasar por este ciclo de traición y abandono que nos había destrozado. era lo único que nos quedaba: una esperanza frágil contra una maldición que parecía eterna.