el despertar fue una pesadilla en cámara lenta. abrí los ojos a un techo cubierto de pegatinas de estrellas que jamás reconocí. al sentarme, sentí el peso extraño en el pecho: dos protuberancias tiernas bajo una camiseta de unicornio. me toqué la cara con manos diminutas y suaves —no eran mis callos de mecánico—. la verdad me golpeó cuando vi y toque el espejo de la pared en el cual me habia recargado: lucía. su pelo castaño claro casi rubio enredado en una trenza casi deshecha, sus pecas, sus 12 años de inocencia robada. desnudarse fue un suplicio. el sujetador deportivo debajo de la blusita de unicornio me ahogaba, por que tenia que dormir con bra; al quitarlo, los pezones se pusieron erectos por el frío parecían clavos rosados incrustados en carne nueva, sentia como la ereccion de mi pene pero en mis pechos. “esto no puede estar pasando”, musité, pero el timbre de voz aguda me delató. al bajarme los leggins (con esa tela asfixiante que marcaba cada curva semi infantil), el vello púbico rubio me hizo titubear. me observé en el espejo de cuerpo entero: caderas ya anchas, vientre plano con estrías de crecimiento, un trasero que se sentia redondo y enorme para el diminuto cuerpo de lucia, y entre las piernas ese pliegue húmedo que nunca debí conocer. al pasar un dedo por los labios, un hormigueo eléctrico me recorrió. “¡pará, estupido, es tu hija!”, pensé, pero el cuerpo respondió con un gemido involuntario. el clítoris palpitó como una segunda lengua pequeña y traidora, era tan extraño, sentia 3 erecciones ahora, las 2 de mis pezones y la del clitoris que era dura. la humedad que goteaba de mi nueva vagina y se escurria entre mis muslos me llenó de asco… y de una excitación que no pedí. me pellizqué los pezones para castigarme, pero el dolor se mezcló con un placer culposo, mas alla de dolor fue una exitacion que me hizo orinarme en el piso de vinil, mis piernas delgadas temblaban y apenas podia mantenerme en pie deteniendome de la pared. “¿soy un monstruo?” me repetia mientras mis ojos estaban llenos de lagrimas, el cuerpo de mi hija me exitaba al verla en el espejo, el cuerpo estaba mas que exitado, habia tenido un orgasmo pero eso estaba mal en ese momento un grito me regreso a la realidad. marta gritó desde abajo: “¡lucía, baja a bañarte!”.
corri al pequeño armario y estaba vacio, sin ropa, sin zapatos, sin ropa interior, dejando el bra ajustado en el piso tome la pequeñita camiseta rosa con estampado de unicornios. “qué carajos”, murmuré, mientras forcejeaba con los leggings tan ajustados que lucia usaba de pijama, que parecían mas una trampa mortal que ropa. nunca había usado algo tan ridículo y menos por que la costura de atras se encajaba entre mis gluteos, pero no había opción. mis pies tropezaban con zapatillas llenas de brillantina morada, no entiendo como en ves de pantuflas o tenis tenia unos tacones bajo la cama. cada movimiento era una humillación, como si mi masculinidad se burlara desde algún rincón de mi mente. bajé las escaleras casi matandome por que resbalaba y pisaba mal con esos tacones, y ahí estaba marta, mi ex, con esa cara de hiena que conocía tan bien. “lucía, tu padre murió ayer. un accidente. lo siento, cariño”, dijo, sin una pizca de dolor. sus ojos brillaban, calculadores. sabía lo que quería antes de que abriera la boca. “tenemos que hablar del testamento. él dejó todo a tu nombre, pero… ¿para qué querés esa carga? podemos venderlo todo, empezar de nuevo. solo tenés que firmar renunciando”. su tono meloso apestaba a codicia. quise agarrarla del cuello, pero solo pude apretar los puños de niña que ahora tenía, las uñas largas a las que no estaba acostumbrada se encajaban en mis palmas y me lastimaban, vivir como lucía iba a ser un tormento. marta me vigilaba como un buitre, insistiendo cada minuto de lo que apenas llevabamos del día con el maldito testamento. “eres muy joven para manejar esto, dejame a mí”, repetía. mientras, yo lidiaba con cosas que nunca imaginé como intentar desnudarme para meterme a bañar
el agua caliente cayó sobre piel adolescente hipersensible. cada gota en los pechos sintió como lengüetazos. al enjabonar la entrepierna, el cuerpo arqueó la espalda solo —una traición biológica—. salí temblando, secándome con una toalla áspera que olía a suavizante barato. la ropa que marta tiró sobre la cama era una burla: tanga de encaje fucsia (¿quién le compra eso a una pequeña niña que apenas entro a secundaria?) y un bra de barilla que me apretaba como una reja. el uniforme escolar era peor: falda plisada que subía hasta el peligro, debia estar encima de la rodilla pero esta me quedaba a la mitad del muslo aun que la baje lo mas que pude, la estrecha cintura no bajaba hasta mis anchas caderas, la blusa blanca traslúcida que exigía una camiseta o un top debajo (que marta no proporcionó). al vestirme, las medias hasta la rodilla resbalaban sobre piel de durazno, y los zapatos de charol negro rechinaban con cada paso. “parecés una putita de mentira”, murmuró marta al verme, sonriendo como si hubiera ganado algo. su comentario me heló: ¿cuánto tiempo llevaba sexualizando a su propia hija para elegir esa ropa? cada costura, cada centímetro de tela ajustada, era un recordatorio de que mi lucha apenas comenzaba. y yo, atrapado en este cuerpecito traidor, tenía que aprender a sobrevivir sin volverme loco. o sin rendirme.
pude ver en la cama un chaleco que iba con el uniforme pero marta no me dio, asi que lo tome y me lo puse pero era muy pequeño y no cubria el escote de la blusa escolar
este era el verdadero infierno, seguro mori y esto es el infierno pensaba, el viaje a la escuela fue una tortura diseñada por algún sádico cósmico. el viento matutino se colaba bajo la falda como un acosador, rozando ese pliegue virginal de mi vagina que ahora temblaba expuesto. cada ráfaga helada me recordaba que no había nada entre mi piel y el mundo excepto un trozo de tela del tamaño de un posavasos, asi como a los hombres se nos encoge el pene con el frio los labios de lucia se apretaban al rededor de la tanga haciendo que la sensacion de que algo se me encajaba aumentara mas y mas. en el autobús escolar, los baches hacían que mis pechos -¡mis malditos pechos!- rebotaran como globos de agua bajo la blusa transparente. las varillas del brasier me cortaba la carne; los pezones, duros de frío y fricción, perforaban la tela como señales de vergüenza. al sentarme, la falda ascendió hasta mostrar mi muslos pálidos. el asiento de plástico, helado y áspero, se pegó a mi piel como una lengüeta hostil por mas juntas que tenia las piernas podia sentir esa separacion entre ellas que generaba mi vagina. pero peor era la tanga: sentía cada costura incrustándose en el surco anal y entre mis labios, los mayores y los menores, es algo muy raro de describir pero era como apretar involuntariamente los labios de la boca pero mucho mas sensibles dobles y en medio de mis piernas parecia que no tocaban bien todos mis gluteos el asiento como si me hubiera puesto la cartera entre las piernas y me hubiera sentado encima, eran mis labios mayores -hinchados, sensuales en otro contexto- se aplastaban contra el vinyl. el “birkii bridge” que tanto había morboseado como hombre en paginas porno ahora marcaba mi pelvis, dibujando una sombra triangular bajo la tela ajustada de la falda, podia sentir el pequeño lienzo de tela de la tanga en mi monte de venus, bastante pronunciado para una niña de 12 años pero ahi estaba como el bulto en mis pantalones pero liso y curvo. cada movimiento hacía que la entrepierna se humedeciera más, rozando el tejido como una caricia involuntaria. las miradas de los chicos del asiento de atrás quemaban mi nuca. sabía lo que veían: el escote que revelaba la mitad superior de mis senos (¿cuándo le crecieron tanto los senos a lucia?), el pezón derecho asomando como un guiño perverso a través de la blusa. intenté cruzar las piernas, pero la falda se levantó hasta mostrar las bragas. un susurro gutural me llegó: “mirá esas tetas, seguro ya las chupó medio barrio”. el comentario me excitó y avergonzó al mismo tiempo. mi mente de hombre reconoció el piropo; mi cuerpo de niña tembló como hoja en tempestad. para colmo, el tintineo del collar de cadenita con pequeños dijes que marta me obligó a usar sonaba con cada sacudida del bus y brincaba entre las curvas de mis senos. “así te ven más cariño”, había dicho maliciosamente marta al abrochármelo. cada cling era un recordatorio: esta cárcel de lentejuelas y hormonas era mi nueva realidad. y yo, el prisionero que no sabía si luchar… o rendirse a la biología.