lunes, 8 de septiembre de 2025

LA MALDICION DEL GAMER

 



todo empezó en un stream cualquiera de twitch. soy alex, un gamer de 25 años, medio famoso por mis partidas brutales de *call of duty* y, bueno, por mi bocota. siempre hablaba de mi chica ideal mientras jugaba, describiendo cada maldito detalle como si fuera un puto arquitecto del sexo: “tetas redondas, culo gordo que tiemble al caminar, cintura de avispa, piernas largas pa’ envolverme, y un coño tan apretado que me saque el alma”. lo soltaba sin filtro, riéndome de los comentarios de odio que llovían en el chat, y no olvidemos flaca, flaca que nunca engorde y que aparte haga pilates todo el dia por que eso hacen las viejas para estar flacas no. pero esa noche, dos chicas en el chat se hartaron de mi mierda. una escribió: “ojalá te conviertas en tu propia zorra ideal, cabrón”. la otra remató: “maldito seas, que sientas lo que es ser tu puta perfecta”. me cagué de risa, les mandé un “jajaja, vayan a lavar platos” y seguí jugando. error de novato.

estaba con mis audífonos puestos, sudadera negra 3 tallas mas grandes y pantalones de mezclilla holgados, gritando insultos al micrófono mientras masacraba noobs en el juego. entonces sentí algo raro bajo los audífonos, como un cosquilleo en el cuero cabelludo. ignoré la mierda al principio, pero luego noté mechones de pelo cayendo por mis hombros. me quité los audífonos un segundo y vi que mi cabello, antes castaño oscuro y corto, ahora era jodidamente rubio platino, liso como seda, y me llegaba hasta la mitad de la espalda. “¿qué carajos?”, murmuré, pasando los dedos por las hebras suaves. olía a maldito champú caro, no al sudor rancio de siempre. el corazón se me aceleró, pero volví al juego, pensando que era un puto sueño o un trip de energía.

luego vino el siguiente golpe. mi cuerpo empezó a sentirse... apretado. mi sudadera, que antes me quedaba como un saco, ahora se pegaba a mí como si hubiera encogido tres tallas en la lavadora. sentí una presión rara en el pecho, como si algo empujara desde dentro. miré abajo y vi dos montículos creciendo bajo la tela, redondos y firmes como putas melonas. mis pezones, duros como piedras, se marcaban a través de la sudadera, tan sensibles que el roce de la tela me hacía jadear sin querer. cada respiración era una tortura; sentía cómo mi caja torácica se achicaba, cómo mis hombros anchos se estrechaban, y mi torso musculoso—el que había construido con años de gym—se desvanecía. mis brazos, antes gruesos y venosos, ahora eran delgados, frágiles, con piel suave como el culo de un bebé. el miedo me pegó duro; estaba perdiendo todo lo que era, y no podía parar de temblar.

intenté seguir jugando pa’ distraerme, pero entonces mis dedos fallaron. no podía picar las teclas bien. miré mis manos y casi grito: mis uñas, antes cortas y desgastadas de tanto teclear, ahora eran largas, acrílicas, pintadas de un rosa chillón que brillaba bajo la luz del monitor. cada intento de presionar una tecla era un puto desastre; las uñas chocaban contra el teclado, haciendo clic-clak como si fueran garras. “no mames, ¿qué es esta mierda?”, solté, levantándome de la silla con pánico. al ponerme de pie, mis pantalones—que antes me quedaban bien—se deslizaron hasta los tobillos como si fueran de un gigante. mi cintura se había reducido tanto que parecía que me habían cortado por la mitad. mis caderas, antes rectas y duras, ahora se curvaban hacia afuera, dándome una forma de reloj de arena que no podía creer.

entonces llegó el dolor más jodido de todos. un ardor insoportable explotó en mi entrepierna, como si alguien me hubiera dado una patada directa en los huevos. caí de rodillas, jadeando, mientras metía una mano temblorosa bajo los calzoncillos. sentí cómo mi escroto, antes pesado y lleno, se encogía como si lo succionaran hacia dentro. mis testículos—mi orgullo de cabrón—se empujaban hacia adentro de mi cuerpo con un dolor sordo, como si los aplastaran contra hueso. grité, pero mi voz ya no era grave; salió aguda, chillona, como la de una pinche niña asustada. toqué más abajo y noté que mi verga, esa polla gruesa que siempre presumí, se abría por la mitad. fue como sentir carne desgarrándose; el dolor era blanco, cegador. podía ver y sentir cómo la uretra se separaba, deslizándose hacia un punto más bajo mientras mi escroto mutaba en algo húmedo y arrugado. esos pliegues se convirtieron en labios, abriéndose para dejar a la vista un hoyo rosado, húmedo—mi puta vagina nueva. cada nervio ardía; sentía una sensibilidad enferma, como si el aire mismo me tocara donde no debía.

lo último fue lo más humillante. lo que quedaba de mi pene—ya reducido a una mierda patética—se pegó contra mi piel, achicándose más y más hasta transformarse en algo diminuto pero duro. era un clítoris, alargado y palpitante, sentado justo arriba de ese coño que no quería reconocer. jadeé, intentando procesar el horror, cuando mis pies resbalaron. casi me caigo de cara; miré abajo y vi que estaba usando tacones negros brillantes, elevándome unos buenos 10 centímetros del suelo. mis pies, ahora pequeños y delicados, apenas podían mantener el equilibrio. tropecé contra la pared, agarrándome del escritorio pa’ no partirme la madre, mientras mi respiración salía en jadeos cortos. miraba mi reflejo en el monitor apagado: una cara más suave, labios carnosos, ojos grandes rodeados de pestañas largas. ya no era yo. era una jodida muñeca viviente, exactamente como había descrito mil veces en stream. el miedo y la humillación me ahogaban; todo lo que había sido—mi fuerza, mi identidad—se había ido a la mierda.

el cambio no se detuvo, y la mierda se puso más jodida. mis piernas, antes gruesas de tanto sentarme a jugar, se alargaron como si alguien las estirara con una puta polea. se volvieron delgadas, suaves, con una curva elegante que terminaba en unos tobillos finos como si fueran de cristal. mis caderas crujieron al ensancharse un poco más, mostrando esos huesitos que sobresalían como si me hubiera muerto de hambre pero de forma sexy. sentía la piel tirante, como si me hubieran remodelado con un puto bisturí invisible. mi pubis, que antes era una selva de vello oscuro, se depiló solo—ni un maldito pelo quedó. donde antes había pelusa, ahora había una presión rara, un abultamiento suave. bajé la mirada y vi un monte de venus perfecto, elevado, como una jodida invitación. mi respiración se cortó; esto no era real, pero lo sentía demasiado.

mis bóxers, que estaban enrollados en mis rodillas porque los pantalones ya no me quedaban, subieron solos como si tuvieran vida propia. se transformaron en una tanga negra de encaje, tan ajustada que se encajó directo entre mis glúteos nuevos y redondos, rozando mi vagina recién formada. cada movimiento era una tortura; la tela tiraba de mi piel sensible, recordándome lo que ahora tenía ahí abajo. mi sudadera, ya diminuta, perdió las mangas y se convirtió en una blusita corset de color rosa chicle, apretándome la cintura hasta dejarme sin aire y levantando mis tetas nuevas como si fueran trofeos. los pantalones, o lo que quedaba de ellos, mutaron en una falda plisada cortísima, apenas cubriendo mi culo. cuando me senté en la silla, sentí cómo mi trasero—ahora enorme, carnoso—se expandía bajo mi peso, rebotando ligeramente. mis senos, firmes y atrapados por el corset, temblaban con cada respiro, los pezones duros rozando la tela y mandando chispas de algo que no sabía si era dolor o morbo.

miré alrededor, y mi cuarto ya no era mío. las paredes grises ahora eran rosa pastel y morado, como si una Barbie hubiera vomitado por todos lados. mis tres monitores, mi orgullo gamer, habían desaparecido; en su lugar había una laptop diminuta, blanca, con stickers de corazones. mi silla gaming, negra y roja, ahora era rosa con detalles blancos, acolchada como para una princesita. el ropero pequeño de madera vieja se había transformado en un armario gigante con puertas de cristal, dejando ver un desfile de ropa femenina: vestidos ajustados, tangas, sostenes de encaje, faldas que no cubrían ni la mitad del muslo. era como si mi vida entera hubiera sido borrada y reemplazada por esta mierda de fantasía enferma.

el stream en twitch seguía en vivo; no había cortado la transmisión. miré la pantalla de reojo y el chat estaba explotando. la mitad eran comentarios de puro terror y asombro: “wtf te pasó bro?”, “es un glitch o qué mierda?”. la otra mitad eran puñaladas directas: “mira, ahora vas a ser la perra de la que siempre hablas”, “disfruta ser tu propia puta ideal, cabrón”. sentía la sangre hirviéndome, pero también un nudo en el estómago. no podía apagar la cámara; todos estaban viendo cómo me convertía en esta cosa que yo mismo había creado con mis palabras.


el infierno no tenía fin. sentado en esa silla rosa de mierda, mis piernas se abrieron solas, como si una fuerza invisible las controlara. mi mouse gamer de 20 botones, mi puto orgullo, empezó a brillar y transformarse frente a mis ojos. en un parpadeo, se convirtió en un vibrador lovesense rosado, brillante y jodidamente grotesco. antes de que pudiera reaccionar, esa cosa voló directo hacia mí, metiéndose en mi nueva vagina con una precisión del carajo. el dolor fue como si me partieran en dos con un cuchillo ardiente; grité, pero mi voz era un chillido patético de niña. el vibrador se alojó dentro, y de inmediato comenzó a vibrar como un hijo de puta. podía sentir cómo mi coño se mojaba, escurría entre mis muslos pequeños y depilados, el líquido caliente goteando hasta la silla. mis piernas suaves se cruzaron instintivamente, un pie sosteniendo al otro, dejando ver en cámara esos tacones negros de zorra que no podía quitarme.

intenté apagar la transmisión, desesperado por parar esta humillación pública. pero el juego de guerra en mi laptop había mutado a algo “rosita y bonito”, una interfaz llena de corazones y purpurina de mierda. cada vez que recibía donaciones—y joder, llegaban a montones—el puto vibrador vibraba más fuerte, sacudiéndome desde adentro. no podía hacer nada más que gemir como una perra en celo mientras los comentarios del chat se volvían más enfermos: “mójalos más, puta”, “mira cómo te retuerces”. en 5 minutos, había juntado más de 3 millones de dólares. tres putos millones. en 5 años de streams sudando sangre, apenas había sacado 15 mil. la ironía me quemaba tanto como ese vibrador.

de repente, la puerta de mi cuarto—ahora rosa pastel de mierda—se abrió con un golpe. un tipo musculoso y barbón, vestido con un traje caro que olía a dinero, entró como si fuera el dueño del mundo. sin decir nada, reclinó mi silla hacia atrás y me plantó un beso, metiendo su lengua gorda y babosa en mi boca. mi cerebro quería vomitar; cada fibra de lo que quedaba de mí gritaba asco. pero este cuerpo de muñeca lo deseaba, respondiendo con un gemido que no pude controlar. “despídete de tus seguidores por hoy”, gruñó con voz grave. “te voy a llenar como embutido”. corté la sesión con manos temblorosas, y por fin pude descruzar las piernas. el vibrador se detuvo, dejando un vacío raro dentro de mí. él me levantó como si fuera una pluma y me llevó a la cama, arrancando ese juguete de mierda de mi coño con un tirón rápido. sentí cómo mi vagina se estiraba, agrandándose pa’ sacar esa cosa; fue desagradable, como cagar pero con una excitación enferma, como si me cagara por la punta del antiguo pene ese  que ya no tenía. hablando de penes, la suya era un monstruo: enorme, venosa, latiendo mientras se metía hasta el fondo. aunque entró fácil por lo mojada que estaba, dolió como un carajo. grité con todo lo que tenía, pero solo salió un gemido femenino, agudo y roto.




a partir de ahí, mis días eran una puta rutina de pesadilla. despertaba con un desayuno de fruta y jugo preparado por una sirvienta que ni sabía de dónde salió. luego, tres horas de pilates pa’ mantener este cuerpo de trofeo con una entrenadora personal que cobraba mas por dia de lo que ganaba yo al mes, todo pa’ prostituirme en vivo por dinero. los streams eran mi vida ahora; me sentaba frente a la cámara con lencería barata y dejaba que las donaciones hicieran vibrar ese juguete dentro de mí mientras gemía pa’ la audiencia, me tocaba los pezones, los prendia cuando tomaba pedazos de hielo y los derretia con mis senos. al final del día, llegaba mi “esposo”, ese cabrón musculoso, y me cogía cada noche sin importar si estaba con mi periodo. joder, la regla era un infierno—dolores que me retorcían las tripas, sangre por todos lados—pero el vibrador ayudaba a pasar el rato entre lágrimas y orgasmos forzados.


los meses pasaron, y entonces pasó lo inevitable: quedé embarazada. mi vientre empezó a hincharse, redondeado bajo las blusas ajustadas que usaba pa’ los streams. lejos de ahuyentar a los cabrones de internet, eso los ponía más locos. “una preñada gimiendo es lo mejor”, escribían mientras las donaciones se disparaban al doble. cada gemido mío valía oro ahora; ver mi barriga crecer mientras el vibrador me hacía retorcerme les sacaba billetes sin fondo. ahorré más en esos meses que en toda mi vida anterior, todo mientras cargaba a este bebé que ni pedí ni entendía. era la puta perfecta que siempre describí, atrapada en un ciclo de humillación y placer enfermo del que no había salida.

el dolor del parto fue una puta pesadilla que no se compara con nada. imagina que te parten en dos desde el coño hasta la columna, como si un cabrón te abriera con un hacha oxidada. cada contracción era un golpe brutal, como si mis entrañas se retorcieran y apretaran pa’ sacar algo que no cabía. sudaba como cerda, gritando con una voz que no parecía mía, mientras sentía cómo mi vagina se desgarraba, estirándose al límite pa’ dejar pasar a esa criatura. fueron horas de puro infierno, el cuerpo temblando, las piernas abiertas como si me fueran a romper las caderas. cuando por fin salió mi hija, entre sangre y mierda viscosa, el alivio fue momentáneo, pero el ardor seguía—un recordatorio de que este cuerpo de zorra no estaba hecho pa’ soportar tanto.

mi hija creció, y joder, era un calco de este cuerpo nuevo mío. a los 18, tenía las mismas tetas redondas y firmes, el culo gordo que rebotaba al caminar, y unas curvas que hacían girar cabezas pero delgadita y hermosa como yo lo era. pero lo que me dejó en shock fue cuando me confesó que era una ninfómana de mierda, desde los 12 no habia parado de coger, a veces tomaba verdura se la metia y luego preparaba la comida con esa misma. no paraba de hablar de cómo necesitaba polla o cualquier cosa que la llenara cada día. en vez de juzgarla, la invité a mi show en línea. necesitaba plata, y sabía que verla sería un puto imán. internet explotó cuando salió en cámara usando un dildo doble, metiéndoselo por el coño y el culo al mismo tiempo con una cara de gozo que era pura droga pa’ los pervertidos del chat. yo miraba desde un lado, y aunque me calentaba ver esa mierda—el morbo de su placer me ponía duro el clítoris—el dolor de mi propio cuerpo me jodía. cada penetración, incluso después de tanto tiempo, seguía doliendo como si me metieran vidrio roto. nunca se iba esa quemazón.

ella se volvió la nueva sensación, una reina del porno online, mientras yo me retiré a un segundo plano. veía cómo ganaba millones diarios, más de lo que yo había juntado en años de humillarme. luego se consiguió a un nerd, un tipo flaco y con cara de idiota que no entendía cómo podía estar con una diosa como ella. hasta que, en unas vacaciones, lo vi. ese cabrón tenía una polla descomunal—más grande, gorda y larga que la de mi marido. mi hija, con ese cuerpo perfecto, lo manejaba como a un puto sirviente, haciéndolo arrodillarse y lamerle los pies mientras ella mandaba. era un espectáculo de dominación que casi me hace respetar al pendejo.

al final de mis días, cuando ya estaba harta de esta vida de mierda, algo pasó. desperté de nuevo como yo, el verdadero yo, antes de toda esta locura. estaba sentado frente a mi setup viejo, a punto de iniciar un stream en twitch, con el olor rancio de mi cuarto de siempre. pero había un correo esperándome, con un mensaje claro como el agua: “tú decides si cambiar o volver a vivir todo”. aunque era un puto alivio estar de vuelta y orinar de pier, brincar sin que cada parte de mi cuerpo rebotara, mi mente traicionera no podía dejar de desear tener una verga dentro de mi otra vez. ese hambre, esa necesidad enferma, seguía ahí, royéndome desde dentro pero esa decicion la tomaba aqui comenzando el stream.






miércoles, 27 de agosto de 2025

Plantado



Todo empezó en la iglesia, el día de la boda. ana, radiante en un vestido blanco de encaje que abrazaba cada curva, miró a su novio sebastian — un tipo sencillo, buenazo, pero sin chispa —y decidió que no. en el altar, con los invitados boquiabiertos, lo plantó sin un ápice de culpa. sus ojos ya estaban fijos en rodrigo, el ricachón de 40 años que esperaba afuera en un lamborghini negro. la madre de sebastian, desde la primera fila, la fulminó con la mirada. “maldita seas, niña egoísta. vas a pagar por humillarlo”, siseó entre dientes mientras ana se largaba del brazo del magnate, riendo como si el mundo le perteneciera.

el penthouse de rodrigo era un palacio de vidrio y mármol en el corazón de la ciudad. vistas panorámicas, una cama king size con sábanas de satén negro, y un espejo en el techo que reflejaba cada movimiento. ana se desnudó con hambre, dejando caer el vestido de novia como si fuera trapo viejo. sus tetas, redondas y firmes, rebotaban al moverse; sus caderas anchas y su cintura de avispa eran un imán. se montó sobre rodrigo, quien ya estaba desnudo, su verga gruesa y dura lista para ella. el aire olía a sexo y champán caro. ella se deslizó sobre él con un gemido gutural, su coño húmedo tragándolo entero, moviéndose arriba y abajo con un ritmo salvaje. sus uñas pintadas arañaban el pecho bronceado de él mientras sus gemidos llenaban la habitación. el espejo arriba mostraba su culo perfecto subiendo y bajando, sus tetas saltando con cada embestida.



entonces, la maldición golpeó. primero fue un cosquilleo raro en la piel, como si miles de agujas la pincharan. ana frunció el ceño, pero no paró; el placer era demasiado intenso. miró hacia abajo y vio algo imposible: vello negro y grueso brotando de sus piernas suaves como si fuera musgo creciendo en tiempo récord. los pelos subieron por sus muslos, espesos y rizados, hasta cubrirlos por completo. el vello trepó más, invadiendo su vientre plano, rodeando su ombligo en un remolino oscuro. llegó a sus tetas—esos globos perfectos comenzaron a cubrirse de pelo áspero, negro, que se extendía como una alfombra hasta el cuello. sintió un ardor en la barbilla; se tocó y notó una barba incipiente, dura, que crecía a cada segundo hasta formar una mata densa que le llegaba al pecho. jadeó, pero el movimiento de sus caderas no cesó; el morbo mezclado con terror la tenía atrapada.

sus caderas anchas, esas curvas que volvían loco a cualquiera, empezaron a encogerse. era como si alguien exprimiera su cuerpo desde los lados—los huesos crujieron, achicándose hasta volverse rectas, angulosas. las tetas, ahora cubiertas de vello, comenzaron a desinflarse como globos pinchados. la carne se derritió bajo la piel peluda, dejando solo un pecho plano, duro, donde los pezones desaparecieron bajo capas de músculo que surgían de la nada. sus brazos delgados, antes femeninos, se hincharon con venas protuberantes, bíceps y tríceps marcados como si hubiera pasado años en el gimnasio. las piernas, antes finas como columnas griegas, se engrosaron con músculos definidos, los muslos ahora troncos cubiertos de vello que raspaban contra la piel de rodrigo.

él lo notó. sus ojos se abrieron como platos, el pánico reemplazando la lujuria. **“¿qué mierda te pasa?”**, gritó, empujándola con fuerza. ana cayó al suelo, desnuda y jadeante, mientras sentía algo aún más extraño entre las piernas. su coño, húmedo y abierto segundos antes, comenzó a cerrarse. los labios vaginales se fusionaron con un dolor punzante, como si cosieran carne viva. sintió una presión interna insoportable; algo empujaba desde dentro hacia fuera. la piel donde antes estaba su entrada se abultó, formando una bolsa arrugada que colgaba pesada. dentro, podía sentir cómo dos masas redondas descendían lentamente, llenando el saco con un peso nuevo—sus testículos emergiendo como si siempre hubieran estado ahí, calientes y palpitantes.


el cambio final fue el más brutal. su uretra se separó con un ardor infernal, como si quemaran tejido vivo. al mismo tiempo, su clítoris—ese pequeño botón de placer—empezó a crecer descontrolado. se alargó, engrosó, transformándose ante sus ojos en algo venoso, duro, circuncidado. era un pene completo, erecto por la adrenalina del cambio, latiendo con una mezcla enferma de horror y excitación residual. cada vena parecía viva, cada pulso enviaba una corriente eléctrica por su nuevo cuerpo. tocó esa cosa extraña entre sus piernas con manos temblorosas, ahora callosas y enormes, incapaz de procesar que ese pedazo de carne dura era suyo.




rodrigo, pálido como un cadáver, agarró el vestido de novia del suelo y se lo lanzó a la cara. **“¡fuera de mi casa, fenómeno!”**, rugió, empujándola hacia la puerta del penthouse. ana—no, ahora no sabía ni quién era—tropezó, el vestido colgando inútilmente sobre su cuerpo peludo y musculoso. salió al pasillo lujoso, las luces brillantes iluminando cada pelo, cada músculo fuera de lugar. el mundo giró violento; el shock fue demasiado. cayó al suelo de mármol frío, desmayándose mientras los últimos ecos de placer sexual se mezclaban con el asco de lo que ahora era.



desperté en el hospital, el olor a desinfectante quemándome la nariz. mi ropa—o lo que quedaba de ella—estaba hecha jirones, y la pequeña bolsa que llevaba no tenía nada: ni identificación, ni tarjetas, ni un maldito peso. los médicos y pacientes me miraban como si fuera un bicho raro, susurrando “loco” y “drogado”. intenté explicar, pero mi voz, ahora grave y áspera, solo empeoraba las cosas. una enfermera, clara, de unos 30 años, con ojos amables pero cansados, fue la única que no me juzgó. “vámonos antes de que te encierren”, murmuró, sacándome por una salida trasera. sin nada a mi nombre, me llevó a su casa, un apartamento modesto pero acogedor al otro lado de la ciudad.


vivir como hombre era un infierno que no esperaba. la primera vez que me golpeé los huevos contra el barandal de la escalera, el dolor fue como un rayo directo al cerebro—un recordatorio punzante de mi nueva anatomía. busqué trabajo donde pudiera; nadie en casa de clara creía mi historia de transformación, así que terminé en construcción. cargaba bloques bajo el sol ardiente, mis músculos nuevos sudando y doliendo cada día más. llegaba agotado, y clara me esperaba con comida caliente—pollo guisado, arroz, algo sencillo pero reconfortante. me consentía como si fuera un niño perdido, aunque yo apenas entendía cómo navegar esta vida de hombre. hasta sentarme a orinar fue un desastre; la primera vez acabé mojado, aprendiendo a punta de error que ahora tenía que hacerlo de pie.

pero algo me llamaba, una tensión que no podía nombrar. una noche, viendo películas en el sofá raído de clara, su mano rozó mi muslo, subiendo demasiado alto. un calambre eléctrico recorrió mi entrepierna; mi pene, atrapado en unos jeans ajustados que no sabía cómo comprar bien, se endureció al instante. el dolor de la erección apretada contra la tela era nuevo, urgente, como si algo dentro exigiera salir ya. no tenía idea qué hacer como hombre. mis manos temblaban, mi respiración se cortó. clara notó mi torpeza y sonrió con una mezcla de ternura y picardía. “deja que te ayude”, susurró, desabotonando mis jeans con dedos expertos.

me desnudó lento, casi como un ritual. los jeans cayeron al suelo con un ruido sordo, liberando mi verga venosa y circuncidada. estaba dura como piedra, latiendo con cada latido de mi corazón, la piel tensa y brillante por la presión acumulada. ella se quitó la blusa, dejando ver sus tetas redondas bajo un sostén simple de algodón. se arrodilló frente a mí, y cuando su boca caliente envolvió la cabeza de mi pene, casi colapsé. la sensación era indescriptible—una succión húmeda y cálida que me recorría desde la punta hasta los huevos. cada lamida suya enviaba ondas de placer tan intensas que mis piernas temblaban. no sabía que algo podía sentirse así; como mujer nunca había experimentado esta urgencia cruda, esta necesidad de explotar. mis manos instintivamente agarraron su pelo mientras ella chupaba más profundo, su lengua girando alrededor de mi glande sensible. duré menos de 20 segundos. el clímax llegó como un puñetazo—un espasmo violento desde la base de mi columna hasta la punta de mi verga. eyaculé dentro de su boca con un gruñido ronco, chorros calientes y espesos que parecían no terminar. ella tragó todo sin parpadear, limpiándose la comisura de los labios con una sonrisa.


“ahora me cumples”, dijo con voz firme, recostándose en el sofá y abriendo las piernas. yo sabía lo que quería; aunque ella no era lesbiana y admitió que le daba algo de asco estar con alguien que parecía una mujer en su pasado, confié en lo que conocía. me arrodillé entre sus muslos, bajándole las bragas empapadas. su coño estaba hinchado de deseo, los labios rosados brillando con humedad. el olor era dulce y salado a la vez, un aroma que conocía bien de mi vida anterior pero que ahora golpeaba diferente. pasé la lengua lenta por su clítoris hinchado, saboreando cada pliegue mientras ella gemía suave. sabía exactamente dónde tocar—recordaba lo que me volvía loca antes. chupé con precisión, alternando con círculos rápidos de mi lengua mientras mis dedos callosos exploraban dentro de ella, curvándose para encontrar ese punto que hacía arquearse su espalda. sus jugos sabían intensos, almizclados, cubriendo mi barba áspera mientras trabajaba. mis propios testículos aún palpitaban del orgasmo anterior, y sentía mi pene semierecto rozando contra el sofá, sensibilizado por cada movimiento. cada gemido suyo resonaba en mí como un eco de lo que solía ser.

tras minutos de lamer y tocar—mis labios hinchados por el esfuerzo—clara explotó con un grito agudo. un chorro cálido salió de ella, empapando mi cara y cuello mientras su cuerpo temblaba descontrolado. el sabor era más fuerte ahora, casi amargo, pero seguí lamiendo hasta que sus convulsiones pararon. levanté la vista, jadeando, con su humedad goteando de mi barbilla. ella me miró con ojos vidriosos, satisfecha pero vulnerable.

una hora después, la acción se trasladó a la cama de clara. estábamos agotados, pero mi pene volvió a endurecerse, latiendo con una urgencia que no podía ignorar. la piel tensa, las venas marcadas, todo pedía más. me subí encima de ella, torpe como un adolescente que no sabe ni dónde poner las manos. penetrar a una mujer por primera vez como hombre fue... desconcertante. su coño estaba caliente, húmedo, envolviéndome con una presión que era a la vez familiar y alienígena. pero no era lo mismo que sentir desde el otro lado. empujé con poca gracia, mis caderas chocando contra las suyas sin ritmo, entrando y saliendo sin control. no sabía cómo moverme; mis instintos de antes no servían de nada. sentía el roce, el calor, pero también una desconexión—como si mi cuerpo actuara por su cuenta mientras mi mente se resistía. tocarle los senos me daba asco, un rechazo visceral; esos montículos suaves que alguna vez tuve ahora me parecían ajenos, repulsivos. aun así, mi cuerpo traicionero los apretaba, deseando más, atrapado en una lujuria que no entendía.

eyacular tampoco fue igual. cuando llegó el clímax, tras unos minutos de embestidas descoordinadas, fue un espasmo rápido, un alivio físico pero vacío. no había capas, ni oleadas de placer como cuando era mujer. los orgasmos múltiples que recordaba con nostalgia eran un lujo perdido; esto era un disparo único, un vaciamiento que me dejó más frustrado que satisfecho. sudado y jadeante, me derrumbé a su lado, odiando cada segundo de esta cáscara masculina.

con el tiempo, algo cambió. empecé a comprarle ropa que yo habría usado: vestidos ajustados que marcaban cada curva, lencería de encaje negro, tangas diminutas que apenas cubrían. verla con eso era como verme a mí misma de antes, un eco enfermizo de lo que perdí. cada noche, durante un año entero, follábamos sin parar. era una rutina adictiva, un intento desesperado de llenar el vacío. pero sabía que esto era irreversible; la maldición no iba a deshacerse sola.

tras ese año, decidí dar el paso. le propuse matrimonio a clara. ella aceptó, con una sonrisa tímida pero feliz. planeamos una boda modesta, en una iglesia pequeña, con poca gente—nada que ver con el circo de mi vida anterior. pero el día llegó, y mientras esperaba en el altar, con un traje barato que me quedaba grande, clara no apareció. murmullos entre los pocos invitados, miradas de lástima. luego lo supe: se había ido con un cirujano, un tipo con plata y promesas de una vida mejor. en segundos, lo perdí todo otra vez. sin casa—ella me echó del apartamento—, sin esposa, sin nada más que la ropa que llevaba puesta.

solo me quedaba una opción: buscar a mi ex, la madre de mi antiguo novio, y rogarle que quitara esta maldición. tenía que enfrentarla, aunque fuera lo último que hiciera.

caminé bajo la lluvia, empapado y destrozado, hasta encontrar la casa de mi ex. el barrio seguía igual, con sus jardines cuidados y el olor a hierba recién cortada. toqué la puerta con manos temblorosas, y cuando abrió, su cara pasó de confusión a desprecio en un segundo. “¿quién carajos eres?”, gruñó, mirándome como si fuera un mendigo desquiciado. intenté explicarle, pero no me creía—hasta que solté detalles íntimos, cosas que solo yo podía saber: la marca de nacimiento en su cadera, las palabras susurradas en nuestra primera noche. sus ojos se abrieron de golpe, la incredulidad transformándose en horror. “no puede ser...”, murmuró. me confirmó que su familia y la mía me habían buscado por meses, pensando que había muerto. y ahí estaba, un desastre viviente pidiendo ayuda.

me acerqué, desesperado por sentir algo familiar, e intenté besarlo. pero se apartó con una mueca de asco, retrocediendo como si fuera veneno. entonces la vi: una chica deslumbrante detrás de él, piernas largas como columnas, cintura diminuta, senos redondos y perfectos aunque no muy grandes. su nueva novia. mi pecho se apretó, un nudo de celos y pérdida. salí de ahí sin decir más, caminando sin rumbo hasta derrumbarme bajo un puente, la lluvia golpeándome como si el cielo mismo me odiara. rogué por una segunda oportunidad, por estar con él de nuevo. entonces, un dolor punzante me atravesó, como si mi carne se desgarrara desde adentro. mi cuerpo comenzó a cambiar otra vez.


desperté en una cama desconocida, abrazada por él. mi piel era suave, mis curvas idénticas a las de esa chica. me llamó “karen” con una voz cálida, y no lo dudé: lo besé con desesperación, sintiendo por fin algo que reconocía. recordando lo que era ser mujer, bajé hasta su entrepierna, chupando su pene con una mezcla de hambre y nostalgia. el sabor salado, la textura firme contra mi lengua—todo era familiar pero nuevo. luego lo monté, mi vagina en este cuerpo tan pequeña que cada embestida dolía como un cuchillo. aun así, lo disfrutaba; los orgasmos múltiples regresaron, recorriendo mi cuerpo en oleadas que me hacían temblar. me prometí ser la mejor mujer para él. le cocinaba platos elaborados, le daba pequeños detalles diarios, y le ofrecía todo el sexo que quisiera, aunque cada penetración ardiera como fuego.

unos días antes de nuestra boda, descubrí que estaba embarazada. el peso del futuro se sentía real, pero también ilusorio. el día llegó, mis nuevos padres—que no sabía ni cómo habían entrado en esta vida—me llevaron al altar. la iglesia estaba llena de rostros que apenas reconocía. pero él no estaba ahí. el hijo de puta se había fugado con su secretaria tetona. otra vez abandonado, otra vez roto. esta maldición parecía un ciclo interminable, una prisión de carne y traición que nunca iba a soltarme.
criar a mi hija fue un infierno. estudiar y trabajar al mismo tiempo, apenas llegando a fin de mes, era un desgaste constante. el cuerpo de karen no tenía apoyo; sus padres también la habían abandonado, murmurando que “seguro la niña es de otro” y por eso su hijo me dejó. vivía con lo mínimo, racionando cada peso para pañales y leche, mientras cargaba el peso de un pasado que no podía borrar. los años pasaron como un borrón agotador; 20 años después, estaba cansada, arrugada antes de tiempo, sobreviviendo con migajas.

mi hija, mi único orgullo, creció y se enamoró de un chico rico. cuando me dijo que se iba a casar, sentí un alivio que no había conocido en décadas. pero en la boda, la historia se repitió como un maldito eco. mi futuro yerno no llegó. la maldición había caído sobre ella también. embarazada, igual que yo, se quedó plantada en el altar, destrozada. entonces entró mi ex a la iglesia, con esa mirada de desprecio que nunca olvidaría. “sabía que eras tú desde esa acogida en la mañana”, escupió. “no sé cómo carajos lo hiciste, pero no me iba a casar con una mujer que fue hombre y luego robó el cuerpo de mi novia. tu hija se merece todo lo que le está pasando”. sus palabras fueron un puñal, pero lo peor vino después: su hijo, el que iba a ser mi yerno, entró del brazo de una chica joven, hermosa, más que mi hija. la humillación fue absoluta.

los maldije a todos con cada fibra de mi ser, gritando improperios que resonaron en las paredes de la iglesia. pero esta vez, nada pasó. no hubo transformación, ni dolor punzante, ni escape. solo silencio. mi hija y yo terminamos criando a mi nieta juntas, compartiendo el mismo techo destartalado, las mismas penas. rogábamos en silencio que ella fuera lesbiana, que nunca tuviera que pasar por este ciclo de traición y abandono que nos había destrozado. era lo único que nos quedaba: una esperanza frágil contra una maldición que parecía eterna.


domingo, 27 de julio de 2025

LOS XV AÑOS DEL BLOG

 

UN DIA COMO HOY EN 2010 SE DIO INICIO A ESTE BLOG
¡15 años de intercambio y muchas historias! 
Queremos agradecer de todo corazón a cada uno de ustedes, nuestros increíbles fans del bodyswap, por acompañarnos en este viaje fascinante durante estos 15 años en el blog. 
Su curiosidad, sus comentarios, sus peticiones y su apoyo constante han sido la chispa que ha mantenido viva esta comunidad. 
¡Por muchos años más de intercambios y descubrimientos juntos! 
¡Gracias!